Elvirita Hoyos Campillo
Colombia
Ronaldo
tenía esa tarde eliminatorias de equipo intercolegial de beisbol. Se lo repitió
a su madre, cuando minutos antes de salir, ella le
encomendó el cuidado de su hermano menor. La madre lo sabía, él se lo había
dicho y repetido durante el mes, cada vez que se iba a entrenamiento después
del colegio. Le había dicho que el jueves eran las eliminatorias
intercolegiales, ¡no podía faltar! Ahora, la madre le dice: “tendrás que
hacerlo, tengo una entrevista de trabajo y nada es más importante que eso”.
Ronaldo no puede discutirlo. Su padre los había abandonado, y su madre se las
veía duro para sostenerlos. Miró al bebé y una idea fácil se le cruzó por la
mente: lo llevaría en la mochila grande y lo colocaría en el suelo a la sombra
del árbol de níspero, que está en los límites de la cancha interescolar, en el
único sector abierto al entorno natural, más allá de la franja de advertencia,
lo que favorecía sus planes; mientras él hacia los Jonrón soñados. En el
espacio entre juegos, él iría a verlo y mojaría sus labios para refrescarlo del
calor.
En la escuela, tenía la fama
de ser el mejor bateador del equipo; su presencia es importante, no iba a
defraudarlos faltando al juego en el que se definirían las escuelas que irían
al campeonato interdepartamental, que tenía lugar cada fin de año.
En el campo, la pizarra
muestra empate en el noveno inning. El entrenador le da la orden de batear para
el desempate, es su turno: sale al diamante. El lanzador lanza la pelota; la ve
venir y toma posiciones, la golpea fuerte, la ve moverse por el aire, va lejos,
se pierde en el infinito, luego hará una curva, después caerá. Es el mismo
tiempo, que Ronaldo dispone para recorrer las cuatro bases y llegar al mismo
punto de partida.
Mientras la pelota sube, él suelta el bate e
inicia el corrido de bases, los hombres de la ofensiva, llenan las almohadillas
y se mueven a las próximas. Mientras la pelota siga arriba, Ronaldo debe darle
la vuelta al campo interno, pisando todas las bases: toca la primera, la pelota
va girando en el aire; sigue a la segunda, la pelota aminora velocidad; alcanza
la tercera: la pelota va a caer lejos; Ronaldo las pisa y no frena, sigue a
lograr la cuarta base en el cajón del bateador.
El corredor pasará veloz a un
poco más tres metros de la mochila. Cuando se viene acercando a ese punto, sin
detenerse, aprovecha para darle un vistazo de reojo a su hermanito, lo ve
gatear hacia algo, se da cuenta que hacia dónde va el bebe, hay al acecho una
culebra cascabel enroscada, dispuesta a hincar sus colmillos... Aún le faltan
siete metros para alcanzar la cuarta base. El público, en la distancia sólo ve
al corredor que veloz se dirige a la cuadrangular; siente que ¡lo va a lograr!
se levanta enardecido con los brazos en alto, ondean desde ya las banderas de
su equipo, los fans gritan saboreando el posible triunfo, la banda del colegio
está lista para tocar el himno de la escuela. Si Ronaldo hace jonrón será la
estrella del año.
Faltan breves momentos para
que Rolando llegue al cajón del bateador; la pelota ha reducido velocidad,
pierde impulso, se viene cayendo en curva. La defensa la sigue con el ojo, si
atrapa la bola con su guante de reglamento, lanzándola enseguida al compañero posicionado
en la entrada antes que Ronaldo toque cuarta base, ganarían el partido; la
defensa se mueve para atraparla en el aire, el golpe será duro, no deja de
mirarla, si la coge enseguida la lanzará al hombre de la defensa ubicado en la
caja de bateo, para eliminar la carrera. Si la suerte le es adversa a Ronaldo,
le decretan out.
Los espectadores están
nerviosos, alguno se muerde las uñas; el silencio se siente de muerte lenta, el
sol crepita, la tierra arde. El mundo está tenso. Los segundos son eternos. La
cascabel sigue allí, enroscada, con la cabeza erecta, esperando su momento para
entrar en escena y atacar al bebe, con su aguijonazo mortal…
Ronaldo suda, con un sudor
espeso, no hay un lugar seco en su cuerpo, su respiración es pesada, su corazón
late con la fuerza de un volcán próximo a eructar su lava; el coraje da fuerza
a sus piernas, sus pies aceleran, sus pasos se hacen largos; las lágrimas
brotan involuntarias, su visión no pertenece a sus ojos; una idea se ha
incrustado en su mente, lo fustiga, lo instiga, lo impele. Anula su juicio. La conciencia
no le responde, su atención va fija en un punto…
El bebé mira venir al
corredor de bases. Lo reconoce: ¡Es su hermano! El viento sopla fuerte,
estremece las ramas bailando minué, las hojas del níspero caen igual que en un otoño.
La fruta verde se sostiene en el árbol. Bebé se detiene, cambia su rumbo, se aleja
del peligro que lo acecha; esta vez gatea hacia la franja de advertencia que
delimita el campo; justo allí, para su marcha, para sentarse y aplaudirlo con palmitas
y con una sonrisa que vaticina el triunfo.
El corredor pasa veloz, como
una ráfaga o como un ciclón que arrasa cortando la atmósfera; más parece un
atleta de gallardo porte, lleva su pecho fuera y la barbilla alta. Logra la
cuarta base. ¡Jonnnnnrón… grita el locutor, Jonróooon… expande el aire,
joonrooonnnn… repite el eco humano! La
pizarra sube los números. Ronaldo, es tomado en hombros por sus compañeros,
planean pasearlo por el diamante, pero él les grita: “esperen, esperen, bájenme,”
y entre varias contorsiones, a gritos se hace oír; los compañeros lo bajan al
suelo, pensando que tiene algún descalabramiento; se zafa de ellos y de nuevo
corre veloz, sólo él sabe que la culebra está al acecho, y corre como ya aprendió
a correr; cruza el campo interno; mientras, en la pizarra registran desempate a
favor. Los espectadores vocean su alegría, saltan, bailan, otros lloran, todo
sucede, la banda toca el himno de la escuela vencedora.
Ronaldo llega hasta su
hermanito, lo coge, lo alza en brazos, lo palpa, lo pone a salvo, lo aprieta
suavecito contra su pecho, un sentimiento los une, nunca antes había sentido el
alma llenar su cuerpo, no puede remediarlo; con el bebe cargado sobre la nuca
comienza a caminar la pista con paso de triunfador, el brazo extendido en alto,
para responder saludos, para agradecer los vitores.
Caé la tarde, la atmósfera oscurece y
amenaza lluvia, la culebra sigue el olor olfateado, sonando los cascabelitos de
su cola, lo busca y rebusca, hasta que reptando se mete en la mochila…
¡Ha comenzado a llover!
Muy bueno el cuento, de acción muy rápida, y un final sorprendente. Te felicito
ResponderBorrarNo me canso de decirlo: buenísimo!!! Sigue así!
ResponderBorrarAh! Qué manera de mantener la tensión! Me encantó!
ResponderBorrarAh! Qué manera de mantener la tensión! Me encantó!
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