Doris Irizarry
Puerto Rico
Las piedras del acantilado despertaron horrorizadas por el
estruendo de sus pasos; y antes de que su cuerpecito en flor llegara al fondo
del Hoyo Negro, invocó a los dioses para que fuese otro el que la rescatara.
Los dioses, que parecen habitar a trillones de kilómetros de Yucatán,
escucharon la plegaria de Naia y concedieron su petición trece mil años después.
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