sábado, 13 de junio de 2015

EL NIÑO DE TABLADA

Adriana Diaz
Argentina


Carlitos se subió al tranvía que cruzaba por la nueva avenida empedrada del sur. Su rostro resplandeció por completo con aquel triunfo pasajero que le permitió abordar el coche de un salto y sin que éste se detuviera. Un frío intenso le acarició las mejillas.

- Serán como las siete – pensó mientras el coche avanzaba con premura y las calles estrechas de su barrio iban quedando atrás.

Las luces nuevas de una ciudad que recién comienzaba a despertar permanecían aún encendidas. Se aferró con fuerza a los barrotes de metal que lo sostenían y contempló con admiración, como se sucedían ante él, los coches automóviles y las personas de a pie.

Sintió que era afortunado.

- No he pagado mi boleto pero viajo contento y sin prisa- se dijo mientras comenzaba a silbar una canción. Una bella melodía que había aprendido escuchando a su madre y que ahora repetía, mientras de a poco, comenzaba a verse el sol.



Hace frío, es solo un niño pero cada día sale de su barrio de Tablada en el sur de la ciudad para conseguir unas monedas y aprender un oficio, como dice con orgullo a quien quiera escucharlo. A pesar de una infancia sencilla y humilde, Carlitos es una mente viajera, desbordante de imaginación y de sueños. Un chico, casi un niño, feliz.

Una brusca sacudida del coche lo saca de su mundo de pensamientos e ilusiones para devolverlo a la realidad. Un giro a la izquierda y a contar calles. Por Lucero, son once cuadras hacia el río. Luego, antes de llegar al Frigorífico Swift, otro brinco y a caminar rápido hacia el sur. Dos cortadas pequeñas y allí, en pleno Barrio Saladillo, lo espera su destino.

Aprenderé un oficio – se dice – y algún día cuando sea grande, si Dios me ayuda, tendré mi propio taller. Mi madre no tendrá que lavar más ropa para otros ni ir hasta el río a buscar el agua. Ni vivir con tanta gente que no conocemos como ahora que nos han dado una pieza en la parte de atrás del conventillo.

Algún día tendré una casa – se promete a sí mismo mientras apura sus pasos y mete sus manos en el bolsillo- mi propia familia, mis hijos y la llevaré a mi madre conmigo para que se sienta como una reina. Una gran reina, como la de esa historia que ella nos cuenta siempre a mí y a mi hermano menor, cuando nos pone a dormir...


El sonido del tranvía ha quedado lejano. Unos árboles frutales con aroma a naranjos le indican que ha llegado. Lo recibe el patrón con una palmada en la espalda. El niño saluda y entonces, sus ojos parecen que se le encendieran como dos chispas en el rostro. Sonríe y al hacerlo, se le ilumina la cara con sus pequeños dientes blancos.



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