Deanna Albano
Caracas, Venezuela
La tarde se iba despidiendo y mientras
degustaban una excelente torta de maíz tierno con queso, especialidad de la
dueña de la casa, instalados en los
mullidos sillones del balcón, Carolina exclamó: —Mamá, Lorenzo y yo hemos
decidido irnos a Copenhague!
—¿Tan lejos? Lo han pensado bien?
—Sí —le contestó Lorenzo, —Hemos
analizado varias alternativas y esa nos
parece la mejor.
—Se van a llevar a Lila? —preguntó
nuevamente Teresa.
—Claro, —no la podemos dejar, rápidamente
rebatió Carolina.
Un manto de silencio cayó sobre los tres
interlocutores, cada uno ensimismado en
sus pensamientos. Solo se escuchaba la leve brisa que movía las hojas del pilón
en el jardín.
Lorenzo,
un joven de treinta y cinco años, alto de buena presencia, físico de
profesión, siempre un poco despistado, se desempeñaba como profesor en una
reconocida universidad de la capital.
Lector voraz, leía casi indiscriminadamente lo que caía en sus
manos. Su pasatiempo favorito, ver
películas japonesas. Su abuelo había venido de Italia buscando mejores oportunidades
de trabajo y ahora él cruzaría el Atlántico explorando lo mismo.
Carolina, de treinta años una linda
morena de pelo largo y brillante, profesora
de inglés, con especialización en literatura hispánica, tenia reducidas horas de clases en un liceo.
Los jóvenes se habían casado pocos meses
antes, no habían podido tener una casa por su cuenta, su condición económica
era bastante limitada. Estaban viviendo
con Teresa, la madre de Carolina, una señora rubia, comerciante que se dedicaba
a bienes raíces.
Los meses siguientes fueron de días frenéticos
para adelantar los trámites burocráticos: traducir
documentos, apostillarlos, ir de una oficina a otra, el tiempo cada vez más
corto.
Al faltar solo
dos días para el viaje, y revisar
cuidadosamente los papeles, los jóvenes se dieron cuenta de que la
documentación de Lila no estaba completa y faltaba una vacuna, que debía haber sido hecha con un mes de
anticipación.
Carolina se hundió en llantos por la
desesperación, pensó no viajar, pero la penalidad por no hacerlo era demasiado
alta. Además tendrían una entrevista de trabajo casi al llegar.
Teresa al fin, les convenció de irse ya
que ella viajaría en tres meses y se la
podría llevar.
La despedida fue desgarradora para
Carolina, y Lila, pareció entender que la dejaban porque los siguió con una
mirada triste.
A Teresa se le hizo imposible viajar
para desesperación de Carolina, quien transcurría los días en profunda apatía.
Constantemente tenía un nudo en la garganta, en la cabeza, en el corazón. No
podía concebir su vida sin Lila. Finalmente a los seis meses Lorenzo, haciendo
muchos sacrificios económicos, regresó a
Caracas.
La preocupación primordial fue figurarse
cómo podría aguantar un viaje en avión de tantas horas, sin ocasionar
problemas. Calcularon darle unos tranquilizantes, antes de abordar el
avión, y
otros cada cierto tiempo porque
el viaje sería largo.
Sin embargo, Lila estuvo tranquila sin necesitar de
ningún sedante. Ella pareció comprender que iba a su nuevo
hogar, sin haber emitido un solo
maullido.
Con narrativa, fácil y amena, logras mostrar una cruda realidad en la que el amor incondicional hace gala.Felicitaciones.
ResponderBorrarMuchisimas gracias Elvirita. valoro mucho tus comentarios y me estimulan a seguir escribiendo.
ResponderBorrarEs esa sencillez con la que se desarrolla la historia lo que encanta. Hermoso cuento Deanna!
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