sábado, 10 de mayo de 2014

LA MAMÁ DE GENARO



Adriana Díaz
Argentina 

El tío Genaro y su madre, mi abuela, eran tan unidos que después de su muerte, todos contábamos los días en que ella también muriera.

Mi padre decía que la muerte de su hermano, la iba a terminar matando. Mi madre que no la quería para nada, decía que mi abuela no entendía y que hacía años que el Alzheimer la había dejado seca, perdida y aislada.

Él se enojaba cuando la escuchaba hablar así pero como no quería tener problemas conyugales, sólo le decía: "basta, mujer" y eso era todo. Se levantaba, salía al patio o a la calle y la dejaba siempre con el rezongo en la boca.

A mi madre, no le importaba. Dispuesta a dar siempre la última palabra, comenzaba un rosario de dudosos elogios hacia mi abuela: "La vieja siempre fue así, artista, manipuladora, extraña". Yo no decía nada pero en el fondo pensaba que si bien mi abuela era rara, la muerte de mi tío Genaro, la había vuelto más triste y callada que de costumbre.

La noche en que vinieron a buscar a mi padre para darle la noticia, yo estaba durmiendo o haciendo que dormía, mientras imaginaba historias que luego me gustaba dibujar como si fueran historietas. Jamás lo había visto llorar. Fue esa vez, que lo vi - no sólo una sino varias veces- con los ojos enrojecidos, incluso, en el velatorio.

Mi madre, en cambio, elegante y vestida de negro, se pasó todas las horas en que acompañamos al difunto, haciendo relaciones públicas y contándoles a todo el que quisiera escucharla que se lo veía venir, que sin dudas, lo esperaba. Algo era claro, mamá odiaba a mi tío tanto como a toda la familia de mi padre. Nunca entendí porqué. Genaro era simpático. Alegre, más joven que mi padre. Era el menor de todos los hijos de mi abuela. Tal vez, por eso, era su consentido.

 Vivía para él y era feliz, cuando él la visitaba cada tarde. En esa hora, hora y media que Genaro permanecía en la casa, se la escuchaba reír, cantar, silbar y hasta a veces, bailar en el pequeño patio de nuestra casa. Antes y después, en el resto del día, mi abuela era casi como un vegetal. Permanecía sentada en un sillón junto a la ventana o acostada en su cama apenas sostenida por unos almohadones bordados de color beige. 

No hablaba con nadie y nadie hablaba con ella. La indiferencia era casi mutua. Solamente yo, a veces, la conversaba. Le hacía compañía y me acercaba para darle charla. Ella me quería, me daba besos. A veces, hasta me acariciaba la cabeza. Para ser sinceros, creo que me confundía pues no me llamaba por mi nombre sino que me decía Genarito. 

Cuando mi madre la escuchaba, armaba escándalo. Yo trataba de interceder diciéndole  que a mí no me molestaba pero una vez que mi madre encendía los motores, no había forma de evitar su griterío. La discusión siempre terminaba igual, yo a bañarme y mi abuela, a dormir.


Después que lo enterramos al tío Genaro, la abuela comenzó a pedirnos con insistencia que la lleváramos a Salta. Mi padre estaba desconcertado y mi madre tenía la misma actitud despreciable de siempre. Todos hacían como que no la escuchaban.

Un día tomé valor y le dije a mi padre: "Papá, ¿Qué cuesta llevarla a Salta?". Creo que mi inocencia convenció a mi padre, porque a los dos días, sacó los pasajes. Corrí como loco y abracé a la abuela llorando de alegría. Creo que no entendía nada pero me abrazó también. Nos vamos a Salta - le dije y la cara de mi abuela, se llenó de felicidad. Parecía una niña.

Y así era. 

En el último día del año, llegamos a Salta. Celebramos y brindamos con tíos y primos que yo no conocía, pero que eran parte de mi familia paterna. Después de las doce, bailé con mi abuela, abrazados, como lo hacía con mi tío en el patio de mi casa. Quiso decirme algo, pero no le salieron las palabras. No me importaba, yo no las necesitaba. Sabía que se sentía feliz.

A la mañana siguiente, un sol radiante me despertó temprano. Corrí hasta dónde dormía la abuela. Quería que aprovecháramos el día. Allí me lo encontré a mi padre que me detuvo con su brazo. Se fue- me dijo- se fue con el tío Genaro... 

2 comentarios:

  1. El comienzo me parecía trivial, el tono que fue adquiriendo me atrapó y me introdujo a pleno en un final brillante. Tal vez su tono me fue valioso porque me disparó sensaciones personales y en eso está su valor.

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  2. Excelente el modo de narrar una historia que le ha ocurrido a muchos

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