Adriana Díaz
Argentina
El tío Genaro y su madre, mi
abuela, eran tan unidos que después de su muerte, todos contábamos los días en
que ella también muriera.
Mi padre decía que la muerte de su
hermano, la iba a terminar matando. Mi madre que no la quería para nada, decía
que mi abuela no entendía y que hacía años que el Alzheimer la había dejado
seca, perdida y aislada.
Él se enojaba cuando la escuchaba
hablar así pero como no quería tener problemas conyugales, sólo le decía:
"basta, mujer" y eso era todo. Se levantaba, salía al patio o a la
calle y la dejaba siempre con el rezongo en la boca.
A mi madre, no le importaba.
Dispuesta a dar siempre la última palabra, comenzaba un rosario de dudosos
elogios hacia mi abuela: "La vieja siempre fue así, artista, manipuladora,
extraña". Yo no decía nada pero en el fondo pensaba que si bien mi abuela
era rara, la muerte de mi tío Genaro, la había vuelto más triste y callada que
de costumbre.
La noche en que vinieron a buscar
a mi padre para darle la noticia, yo estaba durmiendo o haciendo que dormía,
mientras imaginaba historias que luego me gustaba dibujar como si fueran
historietas. Jamás lo había visto llorar. Fue esa vez, que lo vi - no sólo una
sino varias veces- con los ojos enrojecidos, incluso, en el velatorio.
Mi madre, en cambio, elegante y
vestida de negro, se pasó todas las horas en que acompañamos al difunto,
haciendo relaciones públicas y contándoles a todo el que quisiera escucharla
que se lo veía venir, que sin dudas, lo esperaba. Algo era claro, mamá odiaba a
mi tío tanto como a toda la familia de mi padre. Nunca entendí porqué. Genaro
era simpático. Alegre, más joven que mi padre. Era el menor de todos los hijos
de mi abuela. Tal vez, por eso, era su consentido.
Vivía para él y era feliz, cuando él la
visitaba cada tarde. En esa hora, hora y media que Genaro permanecía en la
casa, se la escuchaba reír, cantar, silbar y hasta a veces, bailar en el
pequeño patio de nuestra casa. Antes y después, en el resto del día, mi abuela era
casi como un vegetal. Permanecía sentada en un sillón junto a la ventana o
acostada en su cama apenas sostenida por unos almohadones bordados de color
beige.
No hablaba con nadie y nadie
hablaba con ella. La indiferencia era casi mutua. Solamente yo, a veces, la
conversaba. Le hacía compañía y me acercaba para darle charla. Ella me quería,
me daba besos. A veces, hasta me acariciaba la cabeza. Para ser sinceros, creo
que me confundía pues no me llamaba por mi nombre sino que me decía
Genarito.
Cuando mi madre la escuchaba,
armaba escándalo. Yo trataba de interceder diciéndole que a mí no me
molestaba pero una vez que mi madre encendía los motores, no había forma de
evitar su griterío. La discusión siempre terminaba igual, yo a bañarme y mi
abuela, a dormir.
Después que lo enterramos al tío
Genaro, la abuela comenzó a pedirnos con insistencia que la lleváramos a Salta.
Mi padre estaba desconcertado y mi madre tenía la misma actitud despreciable de
siempre. Todos hacían como que no la escuchaban.
Un día tomé valor y le dije a mi
padre: "Papá, ¿Qué cuesta llevarla a Salta?". Creo que mi inocencia
convenció a mi padre, porque a los dos días, sacó los pasajes. Corrí como loco
y abracé a la abuela llorando de alegría. Creo que no entendía nada pero me abrazó
también. Nos vamos a Salta - le dije y la cara de mi abuela, se llenó de
felicidad. Parecía una niña.
Y así era.
En el último día del año, llegamos
a Salta. Celebramos y brindamos con tíos y primos que yo no conocía, pero que
eran parte de mi familia paterna. Después de las doce, bailé con mi abuela,
abrazados, como lo hacía con mi tío en el patio de mi casa. Quiso decirme algo,
pero no le salieron las palabras. No me importaba, yo no las necesitaba. Sabía
que se sentía feliz.
A la mañana siguiente, un sol
radiante me despertó temprano. Corrí hasta dónde dormía la abuela. Quería que
aprovecháramos el día. Allí me lo encontré a mi padre que me detuvo con su
brazo. Se fue- me dijo- se fue con el tío Genaro...
El comienzo me parecía trivial, el tono que fue adquiriendo me atrapó y me introdujo a pleno en un final brillante. Tal vez su tono me fue valioso porque me disparó sensaciones personales y en eso está su valor.
ResponderBorrarExcelente el modo de narrar una historia que le ha ocurrido a muchos
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