miércoles, 7 de mayo de 2014

LA CARTA



Elvirita Hoyos
Colombia
El soldado irrumpió en los aposentos sagrados de Antonia y le entregó una carta. Ella pensó que era de su amado Juan, quien no se sabe por qué razón estaba en batalla, haciéndole frente al enemigo, cuando debía estar allí, con ella, como así le había prometido el día que juró amarla por siempre y nunca, nunca separarse de ella, ni por un instante. No lo comprendía, porque en su territorio no existía guerra alguna y Juan no era militar. Pero la carta la había entregado un soldado y además, ¿cómo había llegado hasta allí? Este pensamiento le impidió leerla Sin embargo una voz extraña, la leyó por ella. Miró sus manos y ya no tenía la misiva y con esta visión despertó en la misma mañana en que Domitila entró apresuradamente a contarle que había muerto la vecina.
Antonia se incorporó ágilmente en su cama. Pensando que ese era el contenido de la carta, había recordado de pronto una palabra: muerte. Además, muchas veces había escuchado cuentos, donde los que se van, se despiden de sus seres más queridos, con mensajes que se infiltraban en los sueños. Sin importar la distancia en el espacio geográfico que los separara. Para los muertos, no hay distancias, se dijo. Con este pensamiento, agradeció a su amiga que se despidiera con una carta y no con un beso. Eso la habría asustado a punto de infarto. Interpeló a la sirvienta, con asombro y curiosidad, pues su vecina no estaba enferma. Domitila no tenía noticias de lo que había pasado.
─lo único que puedo garantizarle, dijo, es que muerta sí está y bien muerta, desde la ventana vi llegar el carro mortuorio a buscarla, la casa, está llena de gente. Hay hasta policías.
─ ¿Por qué policías?, se preguntó Antonia, pensativa, en voz alta, recordando el sueño. Pronto, dijo a Domitila, sírveme el desayuno, mientras me arreglo.
Media hora más tarde, Antonia llegó a la casa de su vecina y la ve, viva, rodeada de su esposo e hijos. Se abrazan y lloran juntas un buen rato, sin hablar. Antonia trata de contener una alegría que quiere aflorar desde el fondo de su alma, al ver que su amiga no ha muerto como le había dicho Domitila. Sin embargo la contiene y expectante, interroga con la mirada, qué ha ocurrido, quién ha sido, porque efectivamente ha habido un muerto: afuera espera el carro mortuorio. Las personas  la rodean, la miran compasivas. En silencio.
─ ¿Qué ha pasado? ¿Por qué está aquí la policía? ¿Quién murió entonces?
En ese momento se acerca el soldado de su sueño y le entrega la carta, diciéndole:
─ La hallamos en su bolsillo, el sobre viene dirigido a usted.
Sin comprender, la toma y se la queda mirando un buen rato, piensa en el sueño, y mira al policía que ella confundió con un soldado y entonces busca con su mirada dónde está el muerto. La cortina humana que lo esconde se abre y entonces ve, ve que se trata de Juan, quien se ha volado los sesos y escucha una voz entre la concurrencia que le dice, mostrándole el cuerpo de la otra:
─primero la mató a ella y luego se disparó él mismo.

3 comentarios:

  1. Me gustó mucho el paso de esos dos estratos que flotan de punta a punta de la historia: lo premonitorio y lo real. Bien narrado

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  2. Gracias Clide por tu atenta lectura y amable comentario.

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  3. Elvirita
    !Qué buena narración! El poco tiempo que tengo últimamente me ha privado de tus escritos, pero voy leyendo poco a poco. !!!igues afinando cada vez más esa pluma!!! Te felicito!!!

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