Argentina
Los gritos se
escuchan desde su cuarto. En la más absoluta oscuridad busca a tientas las sábanas para cubrirse la cabeza.
Un golpe seco queda resonando en el aire; se destapa y expectante, abre aún más
los ojos e inclina el rostro en dirección a la puerta. Silencio. El corazón le
late fuerte, como si gritase su terror. Una sombra aparece dibujada en el
umbral de su habitación; él se mantiene inmóvil y contiene la respiración hasta
percibir el sonido de unas pisadas que se alejan. Sabe bien lo que ha pasado y
eso mismo lo atormenta. Enciende la luz tenue del reloj despertador que ha
escondido debajo de las mantas y espera que el tiempo eterno pase. El llanto de
su hermana le llega, atravesando el único muro que los separa, como puñaladas
en el corazón. Esta vez le tocó a ella y el remordimiento por haberse salvado aparece
inmediatamente en su mente.
A la mañana
siguiente, cuando el sol le cubre la cara, se despierta sobresaltado. Se viste
apresurado, pues se da cuenta que se ha quedado dormido. En la cocina, su
hermana está desayunando una taza de leche con pan y su padre, sentado en la
cabecera de la mesa, parece disfrutar de lo que está por suceder. Elías se para
justo delante de él para recibir los golpes que merecen su tardanza. Cierra los
ojos para, al menos, no ver. Sabe que escuchar o sentir son cosas que no puede
evitar.
Ambos hermanos
preparan sus mochilas para ir a la escuela y atraviesan el patio, con sus
descoloridos mosaicos, hasta el
lugar donde los espera la inspección minuciosa de su padre antes de salir. Está
claro que no deben quedan rastros de lo sucedido puertas adentro, deben lucir impecables, pulcros. Al
atravesar el portón de calle, las miradas de los pequeños, testimonios del infierno, se cruzan
pidiéndose perdón.
Ese día, no
concurrieron a clase. Tomados de la mano, confiaron el uno en el otro, emprendiendo un camino indeterminado que los salvase del
calvario. No le temían a la falta de comida o de cama por las noches, el
desamparo estaba dentro de su casa no en el cielo cubierto de estrellas.
Sabrina sacó de su mochila un papel con la dirección de la casa de una tía de
ambos, y se lo extendió dulcemente.
Elías desdobló la hoja de cuaderno y mientras pensaba en las enormes
distancias, le dijo que el plan era perfecto, que San Juan no podría quedar tan
lejos, qué él sabía que era en Argentina porque recordaba el mapa que su
maestra tenía colgado a un costado del pizarrón. El rostro de su hermana,
iluminado de esperanza, le alivió el sentimiento de culpa por el engaño. Y mientras
caminaban por las veredas
soleadas y su hermana no paraba de hablarle acerca de los juegos que
compartirían allí, él se prometía no
fallarle.
Como ya te dije: tristemente bello tu cuento, Viviana!.
ResponderBorrarGracias Clide por tus palabras y la lectura!
BorrarCon tu ya conocido estilo delicado y sensible, claro y preciso, abordas admirablemente uno de los temas mas candentes, de una realidad universal muy a pesar nuestro, vigente aun en nuestros días.!Felicitaciones!
ResponderBorrarGracias Elvirita por tus palabras!!! Lamentablemente es la realidad que les toca vivir a muchos niños y una constante es el silencio que los rodea. Casi nunca son escuchados cuando se animan a contar lo que les pasa. Este cuento, humildemente, intenta dar voz al padecimiento infantil.
ResponderBorrarTriste y lamentable, pero cierto. Admiro y aplaudo tu voz, que denuncia con delicadeza, hechos del dolor silencioso que sufren los pequeños indefensos marcándoles en su alma para toda su vida, y mostrarlo a un lector desconocido, como yo,para crearnos la conciencia de lo que no debe ser, nunca.
ResponderBorrarDios ha puesto en tus manos, el instrumento indispensable para ello y en tu alma la grandeza inmarcesible de comprenderlos, quizá, me atrevo asegurar, el escribir desde el sentimiento sea parte de tu misión en esta vida.
Un cuento muy doloroso pero lamentablemente una triste realidad que muchos niños sufren y a veces no se atreven a tomar una decisión. Es un cuento de esperanza porque los niños emprenden otro camino. Bellamente narrado y de mucha sensibilidad.
ResponderBorrarGracias Gustavo por tu atento comentario!
BorrarReleyendo tu cuento me trasladé a mi infancia y me vi retratado en él. No por las golpizas o lo incestuoso como pudiese ser interpretado, sino por aquello de vivir en hogares substitutos. Yo también "rescaté" a mi hermanita. No nos fue del todo mal, pero lo que le prometí en el rescate, se lo cumplí ¡pasados 15 años! Haciendo a un lado lo triste, Vivi, tu cuento es bello.
ResponderBorrarAlejandro
Gracias Alejandro!!! Por la lectura, por el comentario y por expresar tan tiernos sentimientos.
ResponderBorrarViviana