Paola Pamapre
Concepción del Uruguay, Argentina
Como tantas otras veces, te espero. Te espero con paciencia. La puntualidad no es
lo tuyo. Ya escuché todo el repertorio
de excusas en nuestros largos años de amistad.
Llegabas tarde a las picadas en el potrero y yo te cubría en el arco,
cercenando mis posibilidades de lucirme como atacante zurdo. Me perdía el comienzo de la película por
pasarte a buscar a tu casa…y después me comprabas palomitas… para conformarme.
En la secundaria querías formar parte de mi equipo de
trabajos prácticos, porque al final yo hacía también tu parte. Elegiste la misma carrera en la universidad,
pensando que te llevaría a la rastra en los estudios, total…te daba lo
mismo. Mientras siguieras estudiando tu
viejo te bancaba, la plata nunca fue problema para vos.
En el mismo bar. Como tantas otras veces, te espero. Te
espero con paciencia frente a dos tazas de café vacías, a un diario doblado en
la misma página y a un celular mudo.
Me pregunto por qué te espero con esta paciencia que solo el
apego abastece. Hace tiempo que nuestros encuentros son virtuales: mensajes con
caritas de feliz cumpleaños, llamadas apresuradas respondiendo a mis “feliz año
nuevo”…promesas de vernos y charlar. En
fin, vaya a saber que milagro concluyó que hoy nos veremos las caras.
¿Sabés una cosa? No hay nada como mirarse a los ojos. Hablar
y darse una palmada en la espalda. Escuchar una carcajada en lugar del “jajaja!
del emoticon”. ¡Claro que nos falta
tiempo para un encuentro! ¿Motivos? Miles: el trabajo o el estudio, las
reuniones del club o de la empresa…todo eso nos condiciona. Pero hoy vamos a
charlar como hace tiempo no hacemos…si es que venís, claro. Si es que los
astros convergen.
Mientras llamo al camarero y pido otro café te veo cruzar
corriendo la calle. Que sean dos, le digo y no puedo evitar una sonrisa.
Nos abrazamos. Vos respirando agitado, yo haciendo oídos
sordos a tu excusa. Si total no te la creo.
Perdones falsos y patrañeros. Así y todo, es sincera la alegría del
encuentro. Empezamos a sacar cuentas de
los meses transcurridos…parece mentira pero ya hace dos años que no “tuvimos”
la oportunidad de estar frente a frente.
Hay que romper el hielo…la incomodidad de arrancar a conversar. Hace
calor…hace frio…la típica charla intrascendente.
Tenés los ojos abotagados, tu semblante está pálido y de un
trago te tomás el café con la intención clara de despertarte. ¿Alcanzará? Vas
tomando tiempo para aclarar tu mente y me pedís que te cuente en qué ando. Estoy en el último de la “facu”…terminé de
cursar y tengo una pasantía en el
estudio de un abogado. Me está costando – te aclaro – entre el trabajo y el
estudio no me dan los tiempos…y además…
Sin muchos miramientos y una evidente falta de interés, te
levantás para ir al baño con un rápido “ya vuelvo”…y de paso le gritás al mozo
que traiga otro café, grande y cargado. Te espero..¿qué otra cosa puedo hacer? Con la
cara lavada parece que estás haciendo un nuevo intento de conectarte con la
realidad.
–– ¿Te sentís bien? –– no puedo dejar de preguntar. Y como
de costumbre me oigo a mí mismo recomendarte que tenés que ser más ordenado y
cuidarte un poco. Imagino que seguís trasnochando en tus recorridas por las
festicholas de amigos y amigotes. No te pregunto, pero espero que entre el
alcohol y otras porquerías no te estés jodiendo la vida, vos que tuviste tantas
oportunidades desde la cuna.
–– ¿Cuándo vas a sentar cabeza? –– te digo con una sonrisa
mientras te veo bajar la mirada y revolver el café parsimoniosamente. El
silencio entre nosotros se prolonga apenas porque vos querés saber de mi
vida. Así no tenés que hablar de la
tuya, no inventar alguna farsa.
Te conocí así de fantasioso pero simpático. Te seguí detrás
de muchas aventuras infantiles y menos locuras de adultos. Te quise y te quiero sin saber por qué la
amistad que nos unió sigue perdurando. Con pocas cosas en común, con demasiados
desplantes de tu parte. En algún momento
de nuestra vida, hubo algo. Vos y yo sabemos qué. Recuerdo nítidamente el episodio
que cortó por un tiempo nuestra relación. Debajo de la mesa, inconscientemente,
me acaricio los nudillos de mi mano izquierda.
Me estas mirando a los ojos, en silencio, sabiendo que
estamos pensando en lo mismo. Funciona todavía la telepatía que aprendimos a
usar cuando era urgente una excusa para zafar de problemas en la escuela. Claro que sabemos que ese día marcó el final
de la confianza, aunque no del amor, el amor
indestructible de la amistad.
Te había contado de lo mucho que me gustaba esa chica, la
que acababa de inscribirse en el mismo curso de tercer año. Vos a la rastra con
tus materias adeudadas, cada tanto aparecías por las aulas. Virginia venía del
interior, acostumbrándose al ritmo enloquecedor de la facultad y de la gran
ciudad. Se sentaba alejada del grupo más
eufórico, intentando aprovechar la labia del profesor y a la salida era casi la
última. Yo quedé encandilado por esos
ojos claros, conquistado a la primer sonrisa y sacudido por un fogonazo en la
panza. ¡Te lo había contado!... Vos ni siquiera la habías registrado. Claro, no
tenía la mini ni demasiado maquillaje.
–– ¿Esa simplona?–– dijiste mientras mirabas por encima del
hombro.
Sin embargo, por capricho, frecuentaste el curso y te
sentaste cerca. Estabas siempre dispuesto a un levante, a demostrar que tus
encantos eran irresistibles. Te dabas cuenta que me moría por ella y sin
embargo no te importó. Nuestra rivalidad
no era manifiesta y Vicky, como le decías, se comenzaba a ambientar y se
relajaba con nuestras supuestas guerras
de conquista, nuestras batallas
verbales. No entré en el juego cuando la
noche de la guitarreada, copas en mano, te la llevaste al fondo del salón,
donde llegaba la música pero no las luces.
¿Sabés una cosa?...Fue con celos y rabia que te pegué la
trompada al día siguiente. ¡Cómo odié que no me devolvieras el puñetazo!...no pude seguir
pegándote y desquitarme. Desde el piso me miraste con esa expresión idiota de
no comprender. Te di una patada no
demasiado fuerte y me fui.
–– ¡No entendés nada, pelotudo! –– y no sabía si las
lágrimas me saltaban de poco macho o de desilusión.
Cambié de curso, me busqué un trabajo y ocupé mi mente en
otras cosas. No te podía tener bronca, eras mi amigo. Me salí de tu circulo no
tan “virtuoso” de la joda. Puse distancia
porque ya algo se había roto
entre nosotros, algo tan sencillo como el respeto. La chica del interior necesitaba socializar y
vos la llevabas de recorrida, le enseñaste muchas cosas, no todas buenas, pero
así es la escuela de la vida. Supe que
eso no duró mucho, porque como dice el refrán “las mentiras tienen las patas
cortas” y las desilusiones de la juventud pueden llegar a superarse. Ella te
caló a poco de andar y simplemente te fuiste detrás de otro espejismo.
–– ¡Contáme de vos! –– volviste a insistir. Y de veras me pareció ver asomar en tus ojos
nuestra antigua amistad. Me dejé tomar por la tibieza de ese extraño
sentimiento.
–– Me caso el mes que viene –– y me quedé esperando tu
reacción. Me miraste fijo.
Te empecé a detallar lo bien que me había ido en el estudio
de abogados donde estaba como socio y que, a
pesar del atraso, el título tan
laboriosamente conseguido tendría un elegante marco en mi oficina. Una mirada ensoñadora se dibujó en mi cara al
contarte que vivíamos juntos desde hacía tiempo, bajo el mismo techo, con una
vieja mesa mitad platos y mitad apuntes, con solo dos sillas y una única cama
que custodiaba nuestro amor. Y ella seguía estudiando gracias al apoyo de sus
padres que vivían en el interior…y que, bueno, habíamos decidido casarnos porque estaba
embarazada. Es una nena y llegará a fines del otoño. Seguimos discutiendo por
el nombre. Ya no pude parar de hablar, a los borbotones me salió lo último.
–– ¡Más contento no puedo estar! –– y me tembló un poco la
voz. Me sentí mal por alardear frente a tu evidente decadencia. Juro que no fue
un sentimiento de venganza.
–– ¿Sabés una cosa? …Estamos muy felices –– suspiré. Y finalmente saliste de tu asombro con una
media sonrisa.
Hice señas al camarero. Un té y un
jugo de naranja, le pedí mientras me levantaba para ir hacia la puerta del bar.
Abrí la puerta para que entrara mi mujer. Le tomé el abultado portafolio y le
di un beso tierno. Volvimos a la mesa donde estabas esperándonos. La sonrisa
cómplice de Virginia acompañó la mirada que compartimos.
––
¡Despabiláte, hermano!... ¿no vas a felicitarnos?
Muy bien plateada la situación y los sentimientos!!! Felicitaciones!!!
ResponderBorrar¡Muy bien descripto el desarrollo del conflicto, desde un encuentro casual de viejos amigos hasta ir desgranando el resentimiento! ¡Excelente Paola!
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