Adriana Diaz
Argentina
Lulú está allí. Quiso volver.
Tenía unos pocos días pero se
decidió. Siempre viene bien cambiar de aire aún cuando sea sólo por un rato.
Armó un bolsito con lo
necesario. No mucho, lo suficiente. Un par de remeras, short de jeans, un
bikini y un abrigo. En las noches suele refrescar en las sierras.
Recuerda ésto de su infancia.
Cuando era niña y aún sus padres no habían muerto.
Tan chiquita... Por qué me
habrán dejado entonces, se pregunta.
Una fatalidad, le dijeron
para consolarla pero ella sabía que no era así. Siempre lo supo.
Las presencias, las almas de
sus muertos, la visitaron casi a diario. Ambos siguieron a su lado, claro está,
de otra manera.
Desde entonces, no regresó
más a ese lugar.
Aquella tierra le trae
memorias y recuerdos. Buenos pero de los que duelen.
No ha sido fácil su
existencia, pero ahora que ha podido dejar atrás la tutoría de sus tíos, se
siente mejor. Esta nueva vida encaja mejor con su forma de ser.
Lulú es simple. Desprendida,
desapegada de todo. Libre.
Ha llegado sola esta mañana y
va directo hacia allí. La zona del accidente, rememora para sus adentros.
Un pequeño altar le señala el
sitio preciso. Suele haberlos al borde de las rutas para indicar lugares del
camino donde se perdieron vidas.
Se agacha y recoge algunas
botellas vacías que alguien dejó junto a un atado de flores. Un ramillete de
plástico con colores bonitos.
Tiene ganas de llorar.
Debajo del polvo acumulado
por los años, se ve una fecha y los nombres de sus padres.
Ana y Daniel, dice pintado en
letras amarillas.
Busca su nombre pero no lo
encuentra. No sabe si sentirse aliviada o triste. No está muerta, aunque a
veces lo parezca.
Con lágrimas en los ojos, se
recuesta sobre la tierra. Luego de un rato, se sentirá mejor. Dormir siempre la
ayuda a recuperarse.
Entra en los sueños de su
propio sueño. Camina despacio por un sendero semejante a éste en el que duerme.
Sólo que allí el asfalto ha dejado lugar por completo, a la tierra.
Nadie la ve, nadie pasa por
allí. Quizás aquel camino está muerto. Como sus padres, como ella misma.
De a poco, lo que antes era
sólo luz, se nubla y comienza a lloviznar.
Por un momento se lamenta de
no haber llevado su impermeable azul o sus botas de lluvia. Hay unas amarillas
coquetas guardadas en un viejo armario de su cuarto en la casa de los tíos.
Ahora sí que los echa de
menos. No a sus tíos, claro está sino a su pequeño mundo. Su cuarto, su
armario, sus objetos, sus botas amarillas.
El agua la despierta, se pone
rápido de pie y comienza a andar.
El camino ha comenzado a
complicarse por el agua y el barro que se va formando. La ropa mojada pesa aún
más.
Al final, hasta donde sus
ojos pueden ver, percibe un cruce de caminos y luego, la ruta nacional. Se ve
pasar por allí, vehículos de todo tipo.
Apura el paso y comienza a
hacer dedo. Mira hacia atrás, allá nomás quedan el altar, las flores, los
nombres de sus padres.
Hacia adelante, ve un camión
que transporta a un hombre y una mujer. Se detienen y le hacen señas para que
suba. Pedirá que la lleven hasta el pueblo.
Son vecinos de la región.
Viven desde hace años en ese lugar. Aún recuerdan.
Todos nos acordamos de aquella
muerte y es que desde entonces no ha llovido nunca más por aquí, le cuentan.
Hasta
hoy- aclara Lulú.
No, hoy tampoco- contestan extrañados- acá no ha llovido nada.
Lulú se queda mirándolos
mientras se toca con disimulo, los cabellos mojados. Por la ventanilla abierta
de la camioneta sólo puede divisar que quedan atrás, grandes extensiones de
tierra reseca.
¡Excelente Adri! !Aún con la sugerencia del título, el final sorprende!
ResponderBorrarHermoso Adri, sobrenatural, expectante y sorprendente, como todos tus cuentos.
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