sábado, 8 de abril de 2017

Yo siempre tengo la culpa

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Josué Isaac Nuñez Muñoz

México



Mi padre siempre ha sido un hombre iracundo. Tiene un carácter de la chingada, y cualquier cosa que esté mal o que no le parezca le hace enojar.
Recuerdo que cuando era niño y nos sentábamos a comer, él vigilaba cada uno de nuestros movimientos. Pero sobre todo los míos. Cuando me servía agua, por ejemplo, se fijaba meticulosamente cómo lo hacía. Veía el esfuerzo que era levantar la jarra y si derramaba un poco me decía con una voz grave y tono de reclamo: “¡Fíjate lo que haces!” Sus palabras me daban tanto miedo que terminaba tirando el vaso con agua, y luego el regaño era peor. Sabía que lo haría mal y se jactaba de tener la razón: “¿Que no te das cuenta de lo que haces? ¿Ves por qué te digo las cosas?”.
Yo no lo juzgo como un mal padre o un padre vengativo. Al ir creciendo me di cuenta que él no estaba consciente de que sólo repetía el patrón que su padre le enseñó. Mi abuelo, después de haber salido de un coma inducido por una infección urinaria que lo llevó a emergencias, regresó con el carácter más amargo. Una vez estábamos en una comida familiar y, yo, tuve un lapsus: unos tíos que venían de Hidalgo se acababan de ir cuando alguien preguntó que quién iba a traer los refrescos. Mi tío Alfonso, que era de Hidalgo, sólo bebía coca por lo que él siempre traía las bebidas, y yo dije automáticamente mi tío Alfonso, pero él ya se había ido. Recapacité de inmediato, pero para entonces mi abuelo ya había dicho: “Mejor cállate y siéntate.”
Ellos siempre han sido así, por lo que no suelo compartirles muchas cosas. Quieren que todo sea perfecto y que todo se haga a su manera, sobre todo porque soy el primogénito. Mi abuelo espera que ya esté casado y con hijos. Pero a mí esa idea no me atrae.
El último evento que oculté fue el de la pérdida de mi celular. Estaba trabajando como maestro en una escuela, y el 14 de febrero, sí, el día de San Valentín hubo un grupo nuevo que empezó a tomar los cursos, por lo que mucha gente nueva entró a la institución. Ese día estaba dando clases en el salón del fondo que es el tres. Eran las nueve quince de la noche, las clases terminan a las nueve y veinte, y yo fui el último en terminar. Cuando finalicé la clase, escuché que una mujer había gritado, pensé que estaban jugando, la puerta estaba cerrada. Estábamos preparándonos para salir cuando un hombre entró al salón, y nos dijo “Todos al suelo”. Yo de inmediato pregunté, “¿Pasa algo?” y él repitió “todos al suelo”. Vi por detrás que venían unos compañeros míos, un sujeto armado les apuntaba. Tranquilamente nos acostamos en el suelo. Nadie hablaba ni decía nada; algunas alumnas comenzaron a llorar; yo sólo pensaba en cómo podíamos salir de ahí sin ser lastimados. Después metieron a mis compañeros y la chica de recepción al salón con nosotros. Entonces nos gritaron que sacáramos el celular y lo colocáramos en la espalda, que era por nuestro bien. Ahí pensé de nuevo en mi padre, ya no tenía miedo sino vergüenza, “qué me va a decir”. Seguro pensará que tuve la culpa por terminar tarde. Que por qué no me fijo en la hora, que por qué no termino antes. Ya me imaginaba a mi padre regañándome.
Después de quitarnos el cel, nos preguntaron quién abría la caja de seguridad. Nadie contestó. Los sujetos comprendieron de inmediato que nadie tenía acceso a la caja. “No queremos nada de ustedes, así que por favor nadie haga nada estúpido. Un compañero estará aquí afuera del salón cuidando. Esperen treinta minutos y entonces podrán irse.” Cerraron la puerta.
No esperamos los treinta minutos, a los diez se escuchó un carro que encendió, luego otro y después que se fueron. Nos levantamos con cuidado, ya no había nadie en la puerta ni en la escuela. Después de una hora llegó el director y la policía para tomar la denuncia.
Ese día no volví a  mi casa hasta las once. No hablé con nadie para no preocuparlos. Cuando llegué le pedí su celular a mi madre para bloquear el teléfono. Le platiqué lo que había sucedido, ella comprendió de inmediato lo frustrante del asunto. Al día siguiente, mi padre me comentó que por qué no tenía señal mi celular, le iba a comentar algo, pero entonces me preguntó enojado: “¿Qué le hiciste al celular?” (había sido un regalo de mi cumpleaños, no tenía ni cinco meses con él) Por lo que le dije: “No ha tener señal, ahora mismo lo revisó”. Me fui a mi cuarto y esperé que se fuera a dormir. Desde entonces, cada que me pregunta por mi cel le digo que lo tengo cargando en mi cuarto, me hago el loco y no mencionó nada.

3 comentarios:

  1. Verosímil y conmovedor, sin grandilocuencia en el relato. Muy bien!

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  2. Interesante y realista.Felicitaciones

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  3. Un buen relato de un padre autoritario. He conocido varios y siempre despiertan mi rebeldía. ¡Jajaja!

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