sábado, 1 de octubre de 2016

El Regreso del Quijote de Alejandro Franco

ALEJANDRO FRANCO MEXICO
La suerte de la fea… a la que es bonita y rica poco o nada le interesa… axioma un tanto modificado, que para el caso resulta algo incongruente. Porque habiendo nacido lleno de gracia, no con ello compensaba su carencia de medios, en el supuesto, de que el dinero lo es todo. Por ahí se dice, y con verdad, que ningún dinero compra donaires o amores; o apostura y nobles sentimientos. Naturaleza y virtudes que a Octavio no le faltaban; siendo que de lo primero, era por demás agraciado; y lo segundo, le manaba del corazón; pero solo para ella, su exquisita “Dulcinea” ―modo en que él la citaba por resultarle inalcanzable―: moza doble o triplemente agraciada, que a más de su noble ascendencia y no pocos recursos, en entendimiento y maña lo superaba con sobrada ventaja. Y erase que, no obstante las marcadas diferencias económicas, también gravitaban entre ambos, Bárbara y Octavio, algunas que otras desigualdades. Quiero decir: que a falta de unas, se cumplimentaban otras; dicho de otra manera: entre estas y aquellas, había un cierto contrapeso: intelecto, virtuosismo, talento, etc., contra ineptitudes, ignorancia, tonterías y demás, como presuntos deméritos; sin dejar a un lado la devoción, dulzura y plena entrega con las que Octavio se le rendía, intentando con ello ganar, sino su amor, al menos su afecto. ―No es cosa de que me agrades o no, Octavio ―le precisaba la moza―. Es tan solo que… ¿cómo podría explicarme sin lastimarte? Bueno, lo mejor será que te sea totalmente franca, pese a que me duela más a mí que a ti al decirlo: ¿Me gustas? Sí. ¿Me atraes, simpatizas, deseo estar a tu lado, abrazarte y besarte mucho? Sí. Pero…, este maldito pero que nunca falla… No eres más que un jodido holgazán de marca. Y no es porque no trabajes, sino porque no produces. Mira que se trabaja para producir dinero, y no solamente para medio comer o medio vestir. ¿Sí me entiendes? O sea, que mi nivel de vida se halla muy por encima de cuanto puedas ofrecerme por ahora. A ti te vendría mejor la hija de un tendero o labriego, antes que yo… porque para esos tus alcances o posibilidades... ―Pero, Barby… tesoro, tú bien sabes cuánto te quiero. ― ¡Ningúna Barby o trilladas zalamerías que para mí algo cuenten! Déjate ya de pamplinas que no te llevarán a nada de lo que pretendes; que para mí en lo particular, ni siquiera la sombra de algo favorable me parecen. Quise decir… interesante. Por lo tanto… más te valdría irle pensando en cómo resolver tu situación cuanto antes, pues pretendientes los tengo y a montones… bien lo sabes. Así que buenas noches y dulces sueños... sin que por favor me metas en ellos; que sean solo tus sueños, Octavio; pues los míos son otros… ― ¿Ni un besito? ―Ni un besito más. ¡Adiós! Las gotas de lluvia se confundían con las lágrimas de los lloros de Octavio, un joven esmirriado que oculto por las solapas de una desgastada gabardina, se dirigía en total desconsuelo hacia su casa. Algo tenía que hacer para lograr la compra de su Barby, ya que al parecer se trataba de una mera mercancía y no de una esposa. Requería de inmediato de un confidente con quien desahogarse; tanto, como un buen trago; así que optó por dirigir sus pasos hacia la casa de Alberto, su mejor amigo; gran calavera, perfecto haragán y un sin par de libertino; pero más que nada, todo un émulo de Casanova. Después de haber escuchado copa en mano los desconsolados gimoteos de su amigo, Alberto abandonó el sofá para alcanzar la botella y rellenar las copas; y entre pasos, con un dejo de profundo conocimiento en la materia, le preguntó: ― ¿Y qué es lo que piensas hacer Octavio, querido amigo? ¿Acaso suicidarte? ― ¡Ja! Vengo a ti en busca de sostén para mis problemas y tú te burlas. ¡Bonita la cosa! Necesito buenos y efectivos consejos de tu parte, Alberto, pero sin sarcasmos, que ya bastante tengo y me basta con los de Bárbara. Aparte de sus crueldades... ―Bueno… es que viéndote así…, das mucho en qué pensar. Ahora mismo recuerdo que hace algún tiempo, me habías contado que ya te estabas haciendo de un pequeño capital con la sana intención de pedir la mano de tu tal Dulcinea del Toboso. Estoy más que seguro, que de aquí a que reúnas el monto requerido, con esa falta de oficio para hacer dinero que te puntea ella, no dudo que tu quimérica noviecita te tirará al olvido muy pronto. No todo es dinero para ellas en esta cuestión de los amores, Octavio. Será mejor que logres que la moza se ponga en sintonía emocional contigo. ― ¿Y eso a qué viene? ―Escúchame con atención, Octavio. A las mujeres les agrada, y mucho, que las ames, pero no cuánto, sino cómo. Debes crear un vínculo mutuo. La mujer es una flor, un jardín, un huerto… y hay que regarlo y cuidarlo. Lo que pasa es que tú amas a lo bruto… sin gracia. Debes ser creativo, mi querido Octavio. Solicítale su auxilio, despiértale su instinto maternal. Necesitas conectarte emocionalmente con ella. Para amarla, desearla y poseerla, cualquiera le va bien. Ahora que, si después de emplear argucia y media insiste en vendérsete, pues… “Los caprichitos cuestan, mi viejo… y hay que pagarlos” ― ¿Qué quieres decir con ello, grandísimo pícaro? ―Nada, hombre… bueno, sí… que te decidas a jugarte el todo por el todo. ¿Qué otra cosa podría ser…? ― ¿Y cuál sería ese juego mágico, Alberto? ―Pues, que podrías visitar uno de esos tantos casinos de tragamonedas y loterías; o bingo, como quieras llamarle. De pegarle a uno, te podrías comprar cuando menos dos Dulcineas... iguales o mejores; y aún así, te quedaría un buen resto. ― ¿Tú crees? ―Lo creo y te lo garantizo, Octavio. Si quieres ahorrarte la tediosa cortejada… cosa que a mí en lo particular me aburre sobremanera… yo a lo que voy, voy: ¡Hola, soy Alberto! ¿Y tú? Fulana. ¿Conoces África? ¿No? Entonces vamos a la cama. Mira que no pocas veces me ha dado buenos resultados; y por igual he recibido sendos bofetones; aunque después del bofetón también han llegado a dárseme enteritas. ―Quizás y tus sabios consejos sean para ti muy efectivos; quizás y también para mí. Ahora que pensándolo bien, y al no desear pasármela cortejando eternamente a Bárbara, recibiendo desdén tras desdén de su parte, porque, créemelo o no, Alberto, y aunque no te lo parezca, bien que me doy cuenta, que de perico perro no voy a pasar siendo un miserable empleado de oficina de gobierno. Así que mejor te hago caso en lo de ir a los juegos y encomendarme a Fortuna. ― ¡Así se habla, Octavio! Entonces… “a lo dicho, hecho; y al hecho, pecho”, dijo aquel. Vamos a tu casa por unos pesos y corramos hacia el casino que está en la avenida Reforma. Dicen que ahí no falla el tiro. Ahora que, si no le pegas al bingo, ya podrás ponerte a buscar por ahí una que no esté tan pior, y que no le tenga miedo al sacrificio doméstico con toda clase de carencias y desgracias… ¿me entiendes? Después de todo, hermano, si casarse viene a ser lo mismo que suicidarse, con cualquiera da lo mismo. ¿O no lo ves tú así? Tiempo después se supo que la tal Dulcinea, ni la molestia se tomó en esperar resultados de cuantas batallas con molinos de viento hubo de librar su fiel y loco enamorado a fin de ganársela; de entre ellas, la más notable fue aquella de la triste noche en que botó todos sus ahorros en el casino. Más nunca se supo del caballero del triste semblante. Quienes lo recuerdan, dicen que una que otra vez se le vio pasar elegantemente vestido y conduciendo un auto de lujo… si acaso como chofer de casa rica, decían los envidiosos; otros, discurrían que a lo mejor y de repente le había brotado el talento para volverse millonario. De cualquier manera que esto haya sido, hay que aceptar por un lado, que no existe Dulcinea alguna que sea imprescindible; y por el otro, que nunca habrá de faltar el generoso caballero andante, que desarmado, pero eso sí, con un gran corazón, salte al ruedo para jugársela a ciegas. Y es tan solo que, no en pocas ocasiones, la necedad está disfrazada de enamoramiento, no viniendo a ser otra cosa que una simple y llana locura; de la cual y sin remedio alguno, se aprovecha una del otro; o viceversa; y tonto aquel o aquella que se deja atrapar en el garlito, porque habrá de pasar y sufrir las de Caín.

7 comentarios:

  1. bastante buena la imitación de Cervantes , pero le falta , es un poco superficial. Hace mucho que escribo , y les he dado consejos a muchos amigos que escriben. para que un escrito les llegue a otros ,hay que emocionarlos ,o sentirse tocado. Demasiado banal

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    1. Debo aclarar que no hay ninguna imitación a Cervantes que no sea la idea, pues se trata tan solo de de dar a entender que el joven tropieza con algunos obstáculos; tales o similares por los que atravesó el enamorado Quijote de una quimera.
      Creo que el título del cuento, más confunde que aclara. Como dijo el gringo: "sorry".
      Muchísimas gracias, América, por tu lectura y amenos comentarios, mismos que serán tomados en cuenta.
      Alejandro

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    3. ¡Cuánta gentileza de tu parte, Gustavo! Agradezco tanto el que hayas dispuesto un ratico de tu tiempo para la lectura de mi cuento...; y más aún por tus tan amables comentarios.
      Abrazo,
      Alejandro
      Abrazo,
      Alejandro

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  2. Un cuento original "a lo Cervantes"Un Dn Quijote en tiempos modernos. Interesante la reflexión final. Excelente cuento y bien logrado. Felicitaciones!!!!

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    1. ¡Cuánta gentileza de tu parte, Gustavo! Agradezco tanto el que hayas dispuesto un ratico de tu tiempo para la lectura de mi cuento...; y más aún por tus tan amables comentarios.
      Abrazo,
      Alejandro

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  3. ¡Cuánta gentileza de tu parte, Gustavo! Agradezco tanto el que hayas dispuesto un ratico de tu tiempo para la lectura de mi cuento...; y más aún por tus tan amables comentarios.
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    Alejandro

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