viernes, 8 de julio de 2016

Zona Oscura


Gil Sanchez

México

            El discípulo Trasilo se despidió de su maestro en las escalinatas del edificio en la ciudad de Nicomedia, año 32 dc.  Agradeció sus enseñanzas y partió con un efusivo abrazo.
        –– ¿A dónde irás?––gritó el maestro a los pocos pasos.
        –– ¡A Efesus!, será buen inicio.
        ––Con tu sapiencia y veinte años de edad, los tendrás a tus pies.
        Cerca de la ciudad tomó la decisión de seguir un camino que lo desvió. En forma intempestiva, entre los arbustos, surgió un niño que aparentaba diez años.
        ––Hola, señor. Me llamo Clío. ¿A dónde va?––dijo el chamaco.
        ––Voy a la ciudad de Efesus.
        ––Va por el camino equivocado. Esta zona la conozco muy bien, si quiere puedo ser su guía.
        –– ¿Quieres comer?––sacó de su bolsa unos pedazos de pan y queso de cabra.
        ––Gracias––con rapidez tomó el alimento, mientras Trasilo, veía harapos, cicatrices en brazos y piernas. Caía la tarde.
        –– ¿Dónde vives?, ¿cerca de aquí? o quizás… te has fugado.
        ––Vivo en todos lados, soy ayudante de cocina en la casa de un lanista. Pero por ahora no quiero verlo.
             Recuperaron fuerza bajo la sombra de un ciprés e iniciaron la marcha. Observaba los pies del chico. En forma brusca detuvo su paso y exclamó:
        ––Para, mira estas pisadas, son las de un camello que trae lastimada la pata trasera izquierda, su caminar es impreciso, probablemente por su debilidad. Mira, los excrementos negros. Puedo asegurar que es viejo el animal y todavía cargaba a dos personas que bajaron aquí. Además, aseguro que es un hombre con una mujer––los ojos del chico se abrían más a cada frase.
        –– ¿Cómo sabe todo eso?
        ––Estudio y capacidad de análisis––señaló con su dedo índice su cabeza.
        –– No entiendo. ¿Es adivino?
        ––No. Soy más que eso.
        ––A lo  mejor son puras mentiras lo que dice. Y, los vio.
       –– Después te lo contaré, Clío. Las estrellas dicen que es hora de dormir; qué mejor bajo esos prunos.
          Una cálida luz filtrada por entre el ramaje, e hizo despertar a Trasilo. Miró a su alrededor, y con asombro vio que Clío no estaba. Tirada a un lado, yacía su bolsa de cuero vacía. Maldito granuja, masculló.
          Por la tarde, entró a Efesus sediento. En una plazoleta de comerciantes, el olor a fruta podrida y orines, invadía el lugar. Al fin, llegaba a su destino. Vendió a un comerciante su anillo, cinturón, frazada y la bolsa de piel. Obteniendo varios ases.
        Antes de sentarse a comer, la mano un hombre de gran tamaño lo detuvo. Con voz ronca, dijo:
         –– ¿Dónde dejó a mis dos esclavos? ––lo acompañaba un Sármata de cabellos dorados.
        ––No sé de qué me habla. Acabo de llegar.
        –– ¿Por qué los ayudó a fugarse?–– con su mano izquierda acarició su puño derecho.
        ––Espéreme, yo no los vi, ni ayudé a nadie––la multitud comenzaba a amontonarse y las voces con el cúmulo de rumores, fue llenando el espacio.
        –– ¡Le exijo que hable fuerte enfrente de todos! Ahora dígame. Si no los vio ¿cómo supo que iban en un camello viejo?, y que bajaron, hombre y mujer. ¡Si no los vio! ––gritó el lanista y su voz retumbó en la plazoleta.
         El silencio zumbó en los oídos de Trasilo. Balbuceaba con la boca seca, que no podía abrir.
        –– Como pudo contó su verdad ante la multitud y acabó con la mirada en el suelo.
        –– Entonces, el abuelo es cornudo y mi abuela iba arriba. ¡La que te parió, que te la crea! Mañana, cuando el sol esté sobre tu cabeza, combatirás a muerte con uno de éstos dos.
          Lo aventaron contra la pared de una mazmorra y resbaló por la humedad hasta sentir la frialdad del piso. Por la noche, le sirvieron un pedazo de pan con un caldo agrio. Un temblor fino invadió su cuerpo y la debilidad le dificultaba erguirse. Así permaneció hasta que escuchó la orden: ¡hora de batirse!
          Al salir, arrastraba con sus dos manos la espada, con una mirada de resignación, cegado aún por la luz, escuchó un estruendo que lo avivó. Todos aplaudían, también el lanista, que reía a carcajadas. Recorrió la multitud incrédulo. Atrás de todos, divisó a Clío. Reía y saltaba con gusto.  Su dedo índice señaló a dos personas a un lado del lanista.
         La mañana siguiente, ya libre, partió a la ciudad de Rodas como podría haber ido a cualquier otro lado. Esta vez, caminó con la humildad de cualquier samaritano. Más adelante, sentado en una roca, se destacaba la figura de un niño. Al aproximarse, distinguió a Clío.
–– ¿Quiere que sea su guía?



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