lunes, 6 de junio de 2016

El campo de Alfarero


 

 Este cuento obtuvo mención de honor en cuento,
en el Certamen de la Cofradía de escritores de Puerto Rico.

Yolanda López López

Puerto Rico


            No puede imaginar cómo será este día. Se ha levantado a las ocho de la mañana y después de desayunar, comienza su caminata hacia el edificio Stephen A. Schwarzman. No quiere que un taxi amarillo, entre sonidos de claxon e insultos visuales de vehículos por doquier, la suelte de cantazo frente a las escalinatas. Desea llegar caminando y entrar por la cara principal frente a la Quinta Avenida, para apreciar la majestuosidad del edificio neoclásico de mármol, Beaux Arts, que ocupa dos bloques entre la calle 40 y la 42. Se va acercando despacio con la cámara colgando de su cuello. Está presta a tomar las primeras fotos. Enfoca el lente hacia los leones, Fortaleza y Paciencia, ubicados a sendos lados de las escalinatas. Los felinos son celadores dispuestos a defender el conocimiento centenario tras esas paredes.
            Las fuentes incrustadas en el edificio, le roban la atención, y enfoca detrás de Paciencia. Encuentra a Belleza, una fuente de mármol en la que una mujer con el pecho al descubierto, se recuesta sobre el lomo de Pegasus. Una frase poética la corona. Pero es la frase de la fuente Verdad, tomada del poema, "La sombra y la luz", de John Greenleaf Whittier, la que la obliga a bajar la cámara y detenerse a releerla: But above all things Truth beareth away the victory.
            Entra a la recepción de la biblioteca con el entusiasmo de una infanta en su primera visita al parque. Inclina la cabeza hacia atrás y levanta la mirada hacia la cúpula de mármol que la recibe. Una sensación de vértigo la sobrecoge, y en un tris siente que su cuerpo se desliza por un hueco cientos de pies hacia abajo y cae de sentaderas sobre tierra húmeda y fangosa. Ahora se encuentra en un espacio desolado. Extiende el brazo para alcanzar su bolso y se lastima la mano con restos de piedras y escombros afilados. Siente una alimaña que se desliza sobre su pierna. Se levanta rápidamente y se abraza a su cartera. Camina unos pasos y mira a su alrededor. A lo lejos ve unos niños jugando. Los pies apenas rozan el suelo. Hace frío y la tarde está en penumbras.
            ––¿Has visto a mi mamá?
            ––No, cariño. Ni siquiera sé cómo he llegado aquí. Yo estaba…
            Norma Iris se percata de que es una niña y ha seguido caminando hacia una zona más oscura en donde la densidad de las penumbras apenas permite ver. Teme por ella y decide seguirla. Mientras camina tras la niña observa que sus zapatos están gastados y el vestido fruncido en la cintura tiene el ruedo raído. La alcanza y le pregunta de dónde viene.
            ––De Five Points, donde vive mucha gente junta. En mi casa vivimos dos familias. Yo duermo debajo de la mesa.
            ––¿Pero son familia?
            ––No, no los conocemos, pero ellos ayudan a pagar la renta. ¿Has visto a mi mamá?
            Enternecida, se dispone a contestarle. La poca luz no le permite definir la faz de la pequeña que sale corriendo apenas ella abre la boca. Norma Iris trata de correr tras ella y se tropieza con una pequeña columna de cemento. En él está inscrito, Potter’s field 1830. Mira a su alrededor y le parece ver brotar de la tierra múltiples árboles cuadrados, imposibles de contar.       Avanza tras la niña y, de súbito, se golpea contra una pared enorme. Trata de encontrar paso y se topa con un obrero que le grita.
            ––¡Quítese de la pared, que ya mismo comienza la actividad de inauguración!
            ––¿Inauguración de qué? ––pregunta.
             Apenas escucha la respuesta del hombre, cuando le informa que es de un enorme tanque de agua para suplir la ciudad, pues acaba de ver a la chiquilla entre la multitud convocada. Su harapo contrasta con los sombreros elegantes y las manos enguantadas que sujetan un programa del evento:
                                   La ciudad de Nueva York los invita:
                                   Inauguración del Croton’s Reservoir                                                                                                         Fecha: 4 de julio de 1842
                                   Hora: 3:00 P.M.

             La tierra bajo sus pies se ha convertido en un camino. No comprende lo que ocurre, pero está convencida de que la nena la puede ayudar y la sigue, abriéndose paso entre la gente mientras se enfoca en la pequeña cabeza de cabello rubio, sucio, moviéndose cual culebra entre ellos. Parece girar alrededor de los mismos espacios. Se detiene de frente a la misma pared con la que ha tropezado Norma Iris momentos antes. Ella busca la multitud a sus espaldas, pero se han marchado. Al virarse se encuentra caminando por uno de varios largos túneles forrados de libros. La niña va frente a ella y cuando trata de alcanzarla, apenas roza su hombro cuando escucha una fanfarria de trompetas y una voz por altoparlante que anuncia:
            ––Hoy, 23 de mayo de 1911, nos llena de orgullo inaugurar el edificio principal de la Biblioteca Pública de Nueva York. Nos honra con su presencia el presidente William Howard Taft, a quien dejo con ustedes.
            Norma Iris cierra los ojos, angustiada porque no comprende lo que le está ocurriendo. Cuando los abre de nuevo se encuentra en el recibidor de la biblioteca y observa a ambos extremos sendas escaleras de mármol hacia los pisos superiores. Desiste de caminar por las áreas subterráneas porque teme perderse en los túneles. Se dirige a descubrir el primer nivel y entra en la Sala de Exhibiciones. En esta, el mármol se acentúa con un techo en madera de roble tallada. Dentro del espacio hay una serie de vitrinas y dentro de ellas exponen manuscritos antiguos en préstamo del Museo Penn. Se detiene a mirar los objetos en exposición.
            ––¿Has visto a mi mamá?
            ––No, cariño. Pero, ¿qué haces aquí?
            La niña sigue caminando. Norma Iris la sigue y sube al segundo nivel. La Sala de Patentes, La Sala de los Mapas, la Librería de Ciegos, la Sala de Tecnología y la Sala de los Periódicos en el primer estrato no las podrá ver hoy.
            Se asoma por uno de los arcos del pasillo para mirar hacia el primer nivel, solamente ve la gente entrando a la biblioteca. Se recuesta sobre la pared de la columna divisora de los arcos, exhausta, confundida. El pulso se le acelera, la respiración se acorta. Siente un bloque sobre el pecho y lucha por mantener la cordura. Alcanza a ver la pequeña cabeza rubia, subiendo hacia la tercera planta. Acepta resignada que tampoco caminará completo el corredor principal del segundo piso para desplazarse a los diversos salones. Ni llegará a ver la División Oriental con su colección de sobre 20,000 libros y panfletos en árabe, turco, chino y japonés ni la División Judía con 24,000 textos ni la División de Eslavo con 23,000. Y ni pensar en visitar la División de Ciencia o la División de Economía, con 400,000 libros y panfletos.
             Se apresura a buscarla y llega al tercer piso. Al recorrer los espacios con su vista, siente que las figuras pintadas en las paredes y en la bóveda de mármol le prometen ayudarla. Decide entrar al ala sur del Rose Main Reading Room. Esta proyecta la ostentosidad de los grandes castillos. Tiene un techo alto, adornado por un falso de yeso marrón ricamente tallado, que encierra en el centro, a lo largo del pasillo central, varios espacios rectangulares; con frescos de cielo y de nubes. La luz entra a través de las ventanas de cristal, de arquitectura romántica, y los ilumina.
            Entra al gran salón ansiosa, con las manos sudorosas y la mirada inquieta saltando de faz en faz, sin detenerse en alguna. Es difícil ubicar a cualquiera en alguna de aquellas sillas; ante una de las cuarenta y dos largas mesas de roble que ocupan el espacio del tamaño de un parque de balompié. Tiene cabida para más de seiscientos lectores. Ellos descubrirán conocimiento bajo la luz tenue de unos candelabros colgantes; mientras son protegidos por filas de libros alineados contra las paredes.
            Al fin la identifica y va hacia ella. Cuando se acerca observa un libro sobre la mesa, abierto. La niña ha desaparecido de nuevo. Norma Iris se sienta y decide leer el texto:
            Los terrenos en los que se ubica el edificio principal de la biblioteca pública de Nueva York fueron utilizados, entre 1822 y 1840, como cementerio para los pobres, las víctimas de epidemias, los criminales y los desconocidos. Se le conocía como “Potter’s field”, campo de alfarero. Cuando se decidió construir el tanque de agua los cadáveres fueron trasladados a Wards Island.
            ––¿Has visto a mi mamá?
            ––No, cariño. No la he visto ––le contesta mientras intenta con la mano secarse las lágrimas y aprecia la piel translúcida de la niña que se pierde en sus cuencas vacías.

4 comentarios:

  1. Excelente!!! Yolanda, me encantó!!!

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  2. Merecida la distinción que se ha ganado este cuento! Me gusta el clima que se crea en él. Deja un sabor melancólico. Felicitaciones!

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  3. Narración vibrante que nos conduce por los pasillos del misterio a un tema de palpitante actualidad.

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