martes, 7 de julio de 2015

EL ASOMBROSO SUEÑO DE MARGARITA




Jaime Didier Aldana

Perú



Margarita es una niña de ocho años. Vive con sus padres, abuelos y dos tías. Tiene los cabellos negros, largos y ensortijados, y le gustan las pequitas que adornan su rostro. Cuando sea grande, desea ser doctora en medicina humana; aunque todavía es muy pequeña, anhela prepararse para ayudar a las personas que han caído enfermas, o prevenir que se enfermen.
Lo curioso, es que desde hace unos días viene teniendo un extraño sueño: se le aparece una olla. Sí, como lo leen, una olla. A ella no le molesta, pero le intriga que precisamente ella… ¡sueñe con una olla!
Hace poco, en la escuela, se le ocurrió preguntarle a sus compañeritos qué cosas soñaban:
––Yo sueño que estoy volando ––dijo Arturo, el más juguetón de todos.
––Yo sueño que estoy en un avión, y miro por la ventanilla todas las cosas pequeñitas que están abajo en la tierra ––contestó Estefanía, la niña a la que más le gusta preguntar, porque quiere saberlo todo.
––Yo sueño mucho, pero cuando despierto, casi ni me acuerdo qué cosas soñé ––dijo Raúl, sonriendo divertido.
––¿Y tú qué sueñas, Margarita? ––preguntó Estefanía.
Margarita guardó silencio un instante, pero luego dijo:
––Yo sueño con una olla ––los niños rompieron a reír de buena gana, apenas escucharon semejante sueño.
––¿Una olla? ¡Qué gracioso! ¿Qué tipo de olla? ––volvió a preguntar Estefanía.
––Una olla, como cualquier otra olla… no, esperen… la olla que yo sueño, es distinta… es una olla negra.
––¿Una olla negra? ––preguntó Óscar, un niño que permanece muy callado, pero que ahora estaba tan intrigado como todos, por el asombroso sueño de Margarita.
––Si, me parece que esa olla quiere decirme algo…
Justo en el momento en que todos estaban atentos a lo que decía Margarita, llegó la profesora y comenzó la clase. Estefanía se volvió un instante a Margarita, y le dijo:
––Por favor, si sabes algo más de tu olla… ¿me lo cuentas? ––a lo que Margarita respondió moviendo la cabeza afirmativamente.
Esa noche Margarita volvió a soñar con la olla. La veía como escondida en una esquina. De repente, la olla pareció recobrar vida y le dijo:
––Hola, Margarita ––la niña no salía de su asombro. ¿La olla le estaba hablando?... ‘’pero si las ollas no hablan’’, pensó, siempre dentro de su sueño. Aun así, se atrevió a preguntarle:
––¿Cómo sabes que me llamo Margarita?
––Lo he escuchado muchas veces, yo estoy en el desván ––respondió la olla. Apenas escuchó la palabra desván, Margarita recordó el cuarto donde sus abuelos guardan los objetos a los que ya no se les daba uso, y a trastos viejos y desvencijados que el abuelo Fulgencio había prometido arreglar algún día.
––¿Por qué quieres hablar conmigo? ––preguntó Margarita intrigada.
––Porque sé que eres una niña muy bondadosa, que ama a los animales. Lo sé, porque he escuchado cómo tratas a tu perrito, con tanto cariño ––en ese momento la olla comenzó a gemir, como si estuviera a punto de llorar, lo que fue notado por Margarita.
––No llores, por favor. Dime qué puedo hacer por ti.
––Ahora me ves sucia, pero hace muuuuuucho tiempo, relucía de lo nueva. Fui comprada por la señora Ana María… tu bisabuela, ¡qué señora tan amable! De inmediato me puso al fogón de leña, y por eso me fui ennegreciendo, hasta quedar negra como un carbón. Pero eso no me molestaba, ya que conmigo preparó infinidad de guisos que alimentaron a toda la familia… pero después de tantos golpes y caídas… me abandonó en el desván, y me cambió por ollas nuevas. No sabes el frío que siento en invierno. Me asusta la oscuridad. Cada vez que el abuelo Augusto aparece para limpiar el desván, me pongo muy contenta; me toma entre sus manos arrugadas para limpiarme… y me alegro al pensar que me sacará para ser tan útil como antes… pero el abuelo me coloca de nuevo en el rincón oscuro, y se va, dejándome con mi soledad y mi tristeza.
Margarita dejó caer unas cuantas lágrimas; se le estrujó el corazón el escuchar todo lo que le decía la olla vieja… en ese momento despertó.
Aún más intrigada, se puso a pensar en aquel extraño sueño, y decidió que, apenas amaneciera, le pediría a una de sus tías que la acompañara al desván, a ver si era cierta toda aquella historia de la olla, y lo más importante… si en efecto existía.
Aunque era sábado, Margarita se levantó muy temprano, dispuesta a visitar el desván, con el entusiasmo de quien se alista para ir de paseo.
––¿Me acompañas al desván, por favor? ––preguntó a su tía Rocío del Pilar, que acababa de despertar por los ruidos que producía la niña.
––¿A dónde? ––preguntó a su vez la tía, todavía somnolienta.
––Al cuarto de las cosas. Quiero ir a mirar un rato, por favor ––la tía se le quedó mirando un momento, y luego dijo:
––Bueno, vamos, no sé lo que quieres mirar. Pero un rato nada más, tengo un montón de cosas por hacer ––repuso la tía restregándose los ojos.
––Claro, tía. Muchas gracias ––respondió la pequeña.
En segundos estuvieron ante la puerta del desván. La primera en entrar fue la tía Rocío, quien presionó el interruptor de la luz para iluminar la habitación, y se fijó si había arañitas, muy peligrosas cuando son molestadas.
A Margarita le brillaban los ojos al ver tantas cosas; todas, le parecían interesantísimas.
Mientras la tía se entretenía mirando un álbum antiguo de fotos, ella abría un cajón para mirar dentro de él. Allí encontró algunos juguetes que habían pertenecido a sus tíos o abuelos; no lo sabía muy bien. Cada cosa que veía y tocaba le hacía viajar, con la imaginación, al pasado. Se figuraba a sus abuelos siendo niños, y jugando todo el día… ya hasta se le había olvidado a qué había venido.
La tía Rocío sonrió al verla, pero no le dijo nada. Las dos se quedaron en silencio, entretenida cada una con lo suyo.
Margarita entró un poco más allá, y se quedó mirando un carrusel de juguete, que ya no funcionaba. Repentinamente, al fondo del cuarto, medio escondido por unos papeles, descubrió algo que le atrajo la atención. Se dirigió hacia allí, levantó los papeles, y dijo en voz alta:
––¡La encontré, tía! ¡La encontré!
––¿Qué cosa encontraste?
––Es una olla… ya sabía que estaba un poco sucia, pero esto es demasiado.
––¿Cómo que ya sabías? A ver, sácala ––pidió la tía.
––Margarita no supo que responder. No le había contado a su tía lo referente a su sueño. Aunque nunca decía mentiras, era difícil explicarle que había hablado en sueños con la olla.
Cuando la alzó, Margarita se dio cuenta que era una olla de fierro, muy vieja y pesada. Tenía algunas hendiduras producto de muchos años de trajín. Estaba tan negra la pobre, que hubiera pasado por una sartén, de esas que ve los domingos en la panadería, y que usan para freír chicharrones.
Rocío del Pilar comprendió que Margarita deseaba muchísimo sacar la olla vieja del desván, y ponerla en uso otra vez… solo que antes debía sacarle toda esa negrura acumulada: ¡Una tarea nada fácil!
Bajaron en silencio las escalinatas, y se dirigieron al único lugar posible: el lavatorio de platos y ollas de la cocina.
––Bueno, ¡vamos a ver qué se puede hacer! ––exclamó con determinación la tía, olvidándose de las muchas cosas que tenía por hacer.
––Muchas gracias, tía, eres muy amable ––dijo Margarita.
––Por favor, pásame el martillo pequeño que tiene el abuelo Fulgencio ahí abajo ––pidió la tía a la pequeña, señalándole un cajón de herramientas.
La niña sacó el martillo y se lo entregó a su tía, dándose cuenta que lo usaría para arreglar las hendiduras.
––Tac, tac, tac. Pum, pum, pum. Tin, tin tin. Clang, clang, clang ––y otra vez: Tac, tac, tac. Pum, pum, pum. Tin, tin, tin. Clang, clang, clang–– eran los sonidos que escuchaba Margarita, a cada golpe recibido por la olla, en un intento por corregir las protuberancias; a ella le parecía que cada golpe, aunque leve, debía dolerle a la olla.
Media hora después, la hacendosa tía Rocío del Pilar dejó a un lado el martillo, agarró la olla por las orejas ––para contemplar su obra––, y se sintió satisfecha. Sólo que aun faltaba sacarle ese recubrimiento negro que se le había pegado a la olla.
La tía ya daba muestras de cansancio; algunas gotas de sudor rodaban por sus mejillas. Ella hubiera preferido dejar de golpear, restregar, echar jabón, y volver una y otra vez por todos los rincones de la olla… pero su temperamento le impedía dejar cualquier labor, hasta terminarla.
Metió el martillo al cajón, y sacó una esponja de alambre. Se puso unos guantes para proteger sus manos, y comenzó:
––Grinch, grinch, grinch. Raspa, raspa, raspa. Cruch, cruch, cruch. Chus, chus, chus––. Y otra vez: Grinch, grinch, grinch. Raspa, raspa, raspa. Cruch, cruch, cruch. Chus, chus, chus ––eran los sonidos que escuchaba Margarita.
‘’La olla debe estarse riendo de la tía Rocío: Raspa, raspa, raspa’’ ––pensó la niña divertida.
Un rato más tarde, la tía dejó a un lado la esponja de alambre, y tomó la de brillo. Tanto restregar estaba dando sus resultados: ahora la olla recuperaba al menos un poco de la apariencia de antaño… pero faltaba más.
La tía Rocío del Pilar agarró un trapo limpio, y se lo pasó por el rostro, que estaba empapado de sudor. A esa hora hacía rato que Margarita había encontrado un sillón, y desde allí observaba tranquilamente toda la labor de su tía.
––Ruch, ruch, ruch. Chis, chis, chis. Pule, pule, pule. Rasca, rasca, rasca––. Y otra vez: Ruch, ruch, ruch. Chis, chis, chis. Pule, pule, pule. Rasca, rasca, rasca. Eran los sonidos que Margarita escuchaba, bien sentada en su sillón.
De rato en rato, para que su tía tuviera ánimos de ir hasta el final, Margarita le iba diciendo:
––¡Muy bien, tía! Te está quedando muy bonita la olla, tía. Voy a contarle a todo el mundo lo que has hecho por la ollita ––y cosas así. Su tía la miraba de tanto en tanto sonriendo, pero en su rostro se reflejaba el cansancio: buen trabajo le estaba dando la ollita… pero la satisfacción de ver tan contenta a su sobrina, merecía cualquier sacrificio.
Dos horas después… el trabajo había concluido.
La tía Rocío alzó la olla que brillaba por todos lados. Parecía nueva.
––¡Bravo, tía! ¡Muy buen trabajo, tía! ¡Así se hace! ¡Muchas gracias, tía. Sin ti, no lo hubiera podido lograr!
Exclamaba y aplaudía la niña, muy contenta al ver la olla reluciente; eso era suficiente premio para la tía.
En ese momento entró la señora Magdalena Giordi, la madre de Margarita, quien traía una canasta llena de víveres para el almuerzo.
––¿A qué se debe la fiesta, por Dios? ––preguntó la señora Magdalena.
––Mami, la tía Rocío ha restregado y lavado una olla que encontré en el desván.
––A ver, Margarita, muéstrame.
Margarita corrió, agarró la olla, y se la llevó a su madre, quien la tomó entre sus manos, y se la quedó mirando con nostalgia:
––Esta olla perteneció a mi abuela. Ella cocinaba con leña. Estaba tan negra y estropeada la pobre, que nadie se atrevía a lavarla ––contó la madre de Margarita.
––¿Qué has hecho para que quede tan bien? ––preguntó la señora Magdalena a su hermana Rocío.
––Uff… Mucho trabajo. Pero con gusto. Solo basta ver la cara de felicidad de Margarita, para estar contenta también ––respondió la tía Rocío, recostada sobre la pared, y con los brazos cruzados; necesitaba un descanso, y merecido.
––Felicitaciones Rocío, has hecho un muy buen trabajo. La probaremos enseguida ––anunció la señora Magdalena.
La olla parecía estar muy orgullosa y contenta; era el centro de atención.
Un rato más tarde, con todos los ingredientes adentro, la señora Magdalena encendió la cocina a gas; después de tanto tiempo, la olla volvía a sentir el calorcillo del fogón. Estaba dichosa; de haber tenido ojos, de seguro habría llorado de alegría.
A partir de ese momento, la olla comenzó a ser tan importante para la familia, que todos los días la lavan con esmero, y cocinan deliciosos platos en ella.
El lunes siguiente, apenas llegó Margarita a la escuela, sus compañeritos la rodearon para escuchar la historia de la olla vieja, que había dejado de ser vieja gracias a Margarita, y a la tía Rocío del Pilar.
––No me van a creer ––dijo de repente Jorge Luis, haciendo que todos volteasen a mirarlo––, anoche soñé que un avión me hablaba. Me dijo que quería volver a volar… solo necesita que la tía Rocío del Pilar le ayude un poco ––todos los niños soltaron la carcajada.

2 comentarios:

  1. Jaime, ha sido una delicia leer este maravilloso cuento.Felicidades y que disfrutes de otro buen guiso.Espero volverte a leer pronto.

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  2. Como la cacerola de mi madre en la casa de las Sierras!!! Pero a ella no la arrumbamos. Cocinamos divinamente en esa cacerola pesada. Buen cuento, Jaime!!! Un abrazote

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