viernes, 24 de abril de 2015

La ecuación de Einstein

Paul Fernando Morillo
Estados Unidos


Esta tarde cuando morí, tuve la urgencia de salir a la calle mayor del pueblo y tomar un taxi con rumbo desconocido. El taxista no me preguntó hacia dónde me dirigía, me dijo, hacia allá vamos, conocía muy bien el camino y después de pasar por delante del cementerio viró hacia la derecha en la calle de las ánimas. Espero que viaje ligero, acotó, con una sonrisa de bienvenida. Le dije que sólo llevo lo que traigo encima y es  mi alma nada más. En broma añadí que no llevo sobrepeso. El me miró comprensivamente, total se muere una sola vez, así que no hay forma de repetirlo y aprender sobre la experiencia. Había en el asiento del taxi un manual de física y en la primera página la célebre ecuación de Albert Einstein E=mc^2 con una breve explicación sobre la misma. Cuando un objeto se acerca a la velocidad de la luz su masa se incrementa, y la energía incrementa. A la velocidad de la luz la masa se vuelve infinita. Cuando acabé de leer la última frase miré como el velocímetro aumentaba la velocidad hasta llegar a los  299792458 metros sobre segundo, miré la masa de mi alma tornarse blanca azulada, una música de campanas nos zambullía en una frenética velocidad hacia el infinito, la masa de cuerpo espectral de mi alma se tornó infinita igual al sitio infinito donde llegamos, después no supe más ni me importó.

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