martes, 24 de febrero de 2015

Sentada en la Banca de la plaza

Gil Sanchez
México


Aunque poseas un marido frío, introvertido, disciplinado, trabajador, con amor puedes pasar por alto las primeras dos características. Hasta te lo puedes imaginar abrazándote o riendo de cualquier cosa. Todo lo pasaba, menos, que nunca tuve un anillo de compromiso. Todas mis amigas mostraban frente a mi cara sus hermosos anillos. Pero, mi esposo a la menor indirecta, la evadía. Comencé a ahorrar de mi trabajo de costurera, cada día por dos años. Hasta que alcancé mí objetivo. Presurosa, salí a buscar en las joyerías del centro de la ciudad. Después de elegir el anillo, lo acaricié en mis manos, me lo coloqué en mi dedo anular derecho; confieso que me sentí hermosa, muy querida en mi sueño real. Me imaginé un beso de Gonzalo y, después de rosas, el anillo. Pero, no podía llegar así nomás con el anillo. Caminé varias cuadras, hasta que despertó la idea en mi cabeza. Lo enviaría por mensajería a un código postal. Le diría a mi esposo que una tía me lo dejó de herencia al morir. Tendría que saber fingir que no sabía nada. Cuando llegó, serví la cena. Él, con cara de enfado y yo de fastidio, le anuncié que me había llegado una notificación de paquetería para recoger el envío. Al endulzar el café, preguntó:

––Y… ¿Quién te lo manda?

––Una conocida de una tía lejana, falleció hace un mes, me dijo, que es un anillo. Quizá sea de poco valor.

––Si quieres yo voy por él, nomás me pasas el folio y tu identificación. Lo recojo cuando salga a comer.

Toda la tarde lo esperé en la puerta, con la alegría de una novia de cuarenta años. Llegó de mal humor y aventó sobre la mesa el anillo. Mira lo que te heredó, es una vil baratija, una sortija de plata añeja. No me desmayé porque el coraje interior elevó la fuerza de querer arrancarle la cara a pedazos, pero, no podía contarle la historia, me sentía culpable de ocultarle el hecho, mentirle, regalarme el anillo sería humillarlo. Así que, esa noche, con lágrimas en los ojos me fui a dormir pensando, quizás, lo empeñó el pobre, para pagar sus deudas.

A la semana, lo acompañé a la fiesta de aniversario de la empresa. Mi marido lucía impecable, encantador, a pesar de ser un simple oficinista. Al llegar a la mesa asignada, inmediatamente se levantó una mujer de buen porte que lucía un magnifico anillo en su dedo anular. Era precioso, y tristemente, era el mío. Después lo felicitó efusivamente por pasar de la subgerencia a la gerencia de la empresa, lo arrastró a cada mesa para que lo felicitaran. Es su secretaria personal, me comentaron.

Hoy, después de veinte años en prisión, salgo libre. Él, no sufrió lo que debería, tampoco su amante. Me encuentro feliz, sentada en la banca de la plaza Ramons, donde mi Gonzalo me dio mi primer beso. Aquí enterré el anillo, estoy feliz al poseer mi anillo que simboliza tanto para mí.

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