domingo, 21 de diciembre de 2014

Circunstancias


Alejandro Franco
Mexico


Tan solo de pensar en acicalarme mediando un duchazo, el obligado cepillado de dientes, afeitar la pelona que tanto odiaba por la amenazante calvicie, seleccionar de entre el único traje, viejas camisas y corbatas, algo digno de ser vestido sin levantar las críticas de las chicas asistentes, porque a los varones les da lo mismo si llega uno trajeado o encuerado; pues de que yo sepa y se sepa, a nosotros lo único que verdaderamente nos hace pelar el ojo es: un abultado trasero y unas medias tetas que pugnen por librarse del ajustado corpiño; ¡ah!, y un buen trago, el infaltable cigarrillo, y párenle de contar. Con solo ello, la velada deberá de estar más que completa.


Finalmente me cacheteé con algo de la loción obsequio amoroso de mi último flirt (por lo que a ella correspondía), porque de mi parte cero compromisos, que no fueran los de una paseadita, una buena cena (dependiendo de quién se tratara), y de no merecerla por sus pobres atributos: una rebanada de pastel, un café americano, y a cohabitar se ha dicho; de correr con suerte.


Pero no había escapatoria ni posible disculpa. Esa amenaza de muerte que me había antepuesto Adelita de llegarle a faltar al festejo de su veinticuatroavo onomástico, no era como para dejarla pasar por alto.


Después de hacerme presente con un nada modesto arreglo floral subrepticiamente extraído de un sanatorio que me quedó al paso, que al cabo de todo, ―me dije―, ni quien se llegue a dar cuenta al día siguiente del faltante entre todos los arreglos que sacan de las habitaciones a fin de no privar del buen aire a las recién paridas.


Una vez transcurrido el besuqueo, salutaciones y abrazos, y para no pasar por una simple plasta en la fiesta, copa en mano me dio por circular evitando a los ya conocidos y tediosos zoquetes, acabando por irme a sentar al lado de una bella y solitaria madeimoselle, misma que me pareció algo esquiva al principio, pero no así cuando la abordé con un zalamero saludo realzando su hermosura a más de ofrecerle una bebida, a lo que la dulce moza respondió afirmativamente y de buen grado sin voltear a verme.


―Ya te vi Maiqui… cortejando a mi lindura de amiga. Seguro que ese ponche de granada que llevas es para ella, ¿verdad?


―Así es, Adelita. La verdad es que me ha cautivado de lo lindo y a primera vista.


―Pues a ella no creo que le haya sucedido lo mismo siendo invidente.


―¿Queeé? ¿Cuac? Para haberlo sabido, ni me le planto enfrente. Y yo sin saberlo, ¡elogiando sus ojos, su pelo y toda ella! Pero mira que no haberme dado cuenta… ¡Por querer hacerme el vivales, me pasé de pendejo!


―No te preocupes tanto, amiguito, que Lilí es toda ternura y comprensión. Mientras tú apenas vas, ella ya viene de regreso. Tú sabes bien que a falta de la vista, a los cieguitos se les desarrollan muchas otras virtudes.


“Pero, mira, Maiqui, otro día te cuento lo que quieras sobre las numerosas cualidades de Lilí. Anda, ve y atiéndela antes de que alguno la saque a bailar, pues quienes la conocen saben que es una excelente bailadora. Con eso de que para ellos la música les es tan vital como el aire... Te la encargo extremadamente. No te aproveches de su inocencia… es tan niña y tan mujer a la vez… Te lo advierto, Maiqui, ¡no te atrevas!


Fue tan fácil y ameno conversar con Lilí, que llegué a olvidar su discapacidad. Supe más de esa preciosura en unas horas que lo que Adela pudiese haberme contado posteriormente. Eso sí, al estar bailando con ella, no faltó quien a señas me felicitara por mi afortunado hallazgo; entretanto, yo conducía entre las demás parejas a tan frágil y dulce criatura en esos momentos amparada por mí.


Unas dos o tres piezas, no más, y Lilí me dijo sentir algo de fatiga, rogándome que si no me incomodaba, mejor la llevara a sentarse.


En su larga y amena plática, me dejó saber de sus estudios en universidades especializadas donde había logrado culminar con un doctorado en filosofía y letras. Que la buena música le fascinaba, y que le encantaba tocar el piano; que pasear por el campo y sentir el viento acariciándole, escuchar todos los sonidos y husmear las fragancias de las flores, la hierba… y tantas y tantas otras cosas de las que yo me hallaba más que asombrado por tan claras descripciones; tal y como si en verdad ella las pudiese haber contemplado algún día; pero no podía ser así, porque a decir de ella, había nacido invidente y jamás la luz podría haberse asomado ni por casualidad en sus ojos, que para esos momentos me parecieron hasta vivaces y llenos de vida. Qué triste ―me dije― mientras percibía su calor en el último baile que me concedió esa noche; ceñidos ambos en el encuentro posiblemente el más dulce y grato de mi vida.


Al despedirnos, prolongó su caricia en mi mejilla examinando al tacto mi rostro para acabar diciendo:


―Tal cual y como te había imaginado, Miguel… ansiaba conocerte… que tengas buena noche. ¿Qué digo? ¡Tonta de mí! Que tengas buen día... ya casi amanece.






―¿Despidiéndose los tórtolos? ¿Te vas a quedar a dormir aquí en el departamento, Lilí? Es tan tarde que flojera me da llevarte hasta tu casa. Te prometo que te deposito en lo tuyo hoy mismo. Pero ya tardecito, ¿eh?, una vez que estemos recuperadas de la fandanga.


―Ay, sí Adelita, te lo agradezco y me quedo. Estoy que me muero de tan cansada. Un poco más y me caigo de sueño.


―Pues entonces vete para la otra recámara que ya conoces el caminito. Yo mientras echo a la calle a este gandul, no vaya a querer quedarse también a dormir; es tan conchudo, que no te lo puedes imaginar.


Adela no me permitió articular una sola palabra más antes de cerrar la puerta tras de sí. “Tan atenta como siempre conmigo”, a sabiendas de que de cualquier manera contaría con mi amistad incondicional y un total aprecio hacia su persona.


La gélida mañana del domingo me atrapó en plena calle a la espera de un auto de alquiler, que dado lo corto de centavos en el bolsillo, deseé que nunca apareciera. Más me apetecía hallar un cafetín abierto, agenciarme un desayuno barato y reparador, que cualquier otra cosa. Así que eché a caminar con rumbo a mi modesto cuarto de azotea, seguro de que el sanatorio a mi paso contaría con cafetería abierta día y noche; o quizás de pura casualidad pudiese por ahí encontrar una cocina económica para madrugadores.


Metabolizando mi frugal desayuno y arropado con un par de cobijas, sin dejar de pensar en Lilí, todavía con su aroma en la mejilla rezumando en mi almohada, me abracé a esta imaginándome también ciego y viviendo a su lado.


Y si ello ocurriese… ¿cómo podría proseguir mis estudios de medicina y encontrar un trabajo en el que los ojos no fueran necesarios. Si estando sano y completito apenas y podía cubrir mis gastos personales y escolares con el empleo de supervisor y horario “especial” que en ese entonces me facilitaba el buenazo del tío Crispín; sin dejar de mencionar el cuartucho prestado en la azotea de su casa a cambio de darle de comer al perro y recoger los despojos.


Cuando que ella, Lilí, ya contaba con todo un doctorado en esas doctrinas del pensamiento y la reflexión.


Pensé que lo mejor era olvidarla. ¡Ay, Dios, pero cómo olvidar esa ternurita de mujer, habiéndome quedado tan prendado de su buen cuerpo y finas maneras.






Eran ya casi las tres de la tarde cuando mi móvil repiqueteó una llamada:


―¿Maiqui? Por acá Adelita y Lilí para invitarte a comer con nosotras en mi piso; si es que no te encuentras aún echado en cama soñando con ella… ―se escucharon unas risillas cómplices y hasta pude imaginar los jaloneos de ropa y regaños de Lilí a su amiga.


―No mujer, qué va, si ya hasta duchado estoy. Perfumado y listo para la batalla.


―Pues qué esperas para venir a hacernos compañía. No hagas esperar a Lilí, que se muere por verte ―nuevas risas y seguros jaloneos―. Y sábete que no me da por aquello de servir dos veces la mesa. Así que apura, chico, apura.


Nunca me había acicalado tan rápido como aquel día. Era tal la urgencia de encontrarme con Lilí que manos me faltaban. Y claro, a caminar a paso veloz una vez que en el desayuno había gastado mis últimas monedas; al fin que mañana es día de raya ―pensé con optimismo.


Me encontré a las dos amigas ataviadas de lo más sport con playeras y shorts. Bien que se apreciaba que bajo la playera no portaban nada, y que postradas en el sofá mostraban sendas y torneadas piernas.


Lilí me había recibido llena de contento con gran abrazo y un par de besos en las mejillas. Adelita con un simple “hola” se metió a la cocineta a preparar las viandas, para luego volver con tres cervezas heladas y unos aperitivos muy a la mexicana.


La comilona compuesta tan solo por recalentados transcurrió dentro de la más cordial y amena plática. Lilí volteaba hacía mí en cuanto me oía hablar. Juro que su carita era todo júbilo al escucharme, y no perdía oportunidad para rogarme que le hablara de mis planes, mi trabajo y mis estudios. Adela terminó por aburrirse de lo lindo, optando por irse a echar la siesta a fin de estar fuerte y lista a otro día por la mañana.


¡Ah!, cómo disfruté esa tarde. Arremolinados en el sofá escuchando buena música, dejamos transcurrir las horas volviendo a la realidad con la aparición de Adela en el umbral de la puerta de su recámara.


―Ha llegado la hora de despedirse tortolitos, que mañana hay que trabajar y estudiar. Así que desfilando, Miguelito, desfilando. No es que te corra, pero por hoy ya estuvo bien.


Lilí se puso de pie al instante, y asida a mi brazo me acompañó hasta la puerta mientras Adela volvía a su recámara.


Estando en el quicio, Lilí me dio sus últimas recomendaciones, y buscando mi boca con su manita, se acercó para besarme largamente.


Ya antes habíamos hecho planes de cómo, cuándo y dónde nos veríamos acorde a nuestros compromisos y actividades.


El caso fue que yo salí feliz y ufano de poder contar con ella de ahí en adelante. No cabía la menor duda de que cuando el amor hace su aparición, si no es que el deseo, es por demás aclarar, cualquiera enloquece. Y me refiero no solamente a mí, sino a ambos.






Lilí vivía en ese entonces en un departamento que se ubicaba en un barrio elegantísimo en compañía de la nana que la vio nacer y que había cuidado y cuidaba de ella hasta la fecha. Las dos se adoraban; y Lilí le guardaba un gran cariño. No en pocas ocasiones me dejó saber lo agradecida y comprometida que para con su nana se sentía. Y cuando yo le expresaba mi deseo por conocerla, siempre mediaba un pretexto, porque en las tantas veces que la llevé hasta su departamento, Lilí me despedía como siempre de cariñosa, y en algunas ocasiones hasta febril y agitada; sí, pero antes de cerrar tras ella la puerta.


Nuestros paseos se fueron espaciando a causa de los privativos compromisos: mis estudios por una parte, y según Lilí, por el hecho de tener que asistir a congresos, dar conferencias, la preparación de sus trabajos, y en fin, nunca faltaban las excusas; más las de ella, que las mías.


Y había otra cosa…, y esta era, que según Lilí, con sus presentaciones y demás obtenía pingües ganancias, a decir de ella, pero al mismo tiempo me enteré de que recibía una generosa ayuda de su padre, quien prácticamente cubría todos sus gastos. Su madre, fallecida hacía ya algunos años, muy joven por cierto, siempre la había mantenido encargada con la nana ―sin dejarme saber el motivo de tal decisión―. También me enteré de que el departamento que Lilí habitaba era de su propiedad, regalo de sus padres antes de su dolorosa orfandad; toda vez que ella había decidido independizarse.


Y yo, mientras tanto, comiéndome las uñas ansiando terminar mi carrera. Unos meses más y tendría que hacer el internado; y de ahí al examen profesional para finalmente ejercer. Así que la diferencia de estatus entre los dos me parecía abismal por esos días. Y como buen pobre estudiante que lo era, tuve que admitir no pocas veces que ella cubriera sus caprichos ―no los míos―: conciertos, presentaciones, consumos en restaurantes, y a veces hasta las entradas al cine tan solo para darme gusto a mí ―según ella―. Y me decía: con que yo la escuche, cariñito mío, me imaginaré todita la película.


Una ocasión de tantas en que a instancias de ella nos hallábamos dentro de un bar escuchando música de jazz en vivo, repentinamente me dijo:


―Hoy, tesorito mío, me hallaré sola en el departamento. Ofelia (nombre de la nana) se tomó su día de descanso, más bien un par de días, pero por orden mía. Tanto tiempo sin ver a tu viejecita ―le dije―, merece que la vayas a apapachar. Vas, te quedas un par de días, y te regresas volando a nuestro refugio. ¡Y aceptó encantada! Bueno, esto viene al caso porque…, no sé que me picó ahora mismo, pero la ocurrencia es que deseo y quiero que esta noche la pases a mi lado. Y no me preguntes la razón porque no la sabrás. ¿Qué me contestas? ¿Cuento con que veré cumplido mi capricho? O quieres que aquí mismo te arme una pataleta.


―Pues por mí encantado, a condición de dejarte muy temprano para irme al hospital de volada. Capaz que no llego a tiempo y mi profesor me borra de su lista.


―Por mi aceptado, pero si tú pones una condición, yo pondré la mía. A ver qué te parece:


Sé muy bien, porque lo intuyo, que a pesar del corto tiempo que nos hemos tratado, la duda, o mejor dicho la curiosidad de saber cómo es que quienes carecemos del sentido de la vista percibimos las cosas que nos rodean, y cómo también es que nos valemos por nosotros mismos, y aún más cuando nos hallamos completamente a solas, curiosidad esa que te viene carcomiendo el seso hace ya tiempo. O, ¿no es cierto?


―Dices…


―Bueno, cariño, siendo así como quieres concebirlo, a mí me da lo mismo; y no obstante tu respuesta al aire, de todos modos te voy a dar la oportunidad de que vivas una experiencia muy parecida, aunque solo sea por una noche. Al llegar a mi departamento, encenderé las luces. Te daré la oportunidad de que pasees dentro del mismo a tus anchas. Podrás abrir todas las puertas y cajones, meterte a la cocina, a los dos baños, localizar el estéreo, la estufa eléctrica, el fregadero, el congelador y toditito sin que te falte absolutamente nada por conocer y registrar en tu linda cabecita. Habrás de memorizar todo cuanto puedas. Cuando te sientas listo, y en el supuesto de que no habremos de usar ningún artefacto, le pediré al conserje que baje el interruptor general de mi departamento y, ¡adiós la luz, quedaremos totalmente a oscuras!; porque además, tendré la precaución de correr todas las cortinas. A partir de ese momento habrás de valerte por ti mismo. A tientas y como Dios te dé a entender, tendrás que hallar todo aquello que necesites. Incluyendo llegar hasta mí, pues no pienso hablarte ni hacer ruido alguno. El premio a tu esfuerzo será esta mujer que arde porque la poseas.


Diciendo y haciendo, Lílí comenzó a correr cortinas mientras yo de prisa hacía mi paseíllo por el amplio departamento. Visualmente y acostumbrado a memorizar, me tracé en mente un croquis de localización; todo ello antes de que Lilí a través del interfono, terminara de dar sus instrucciones al conserje:


―…y no suba el interruptor hasta que yo se lo indique, don Jesús. Gracias y buenas noches.


Al momento, el departamento se convirtió en un oscuro socavón; me sentí como dentro de una catacumba y sin vela. Lo último que escuché decir a Lilí, fue:


―Ahora sí tesorito mío, estamos en igualdad de circunstancias. ¡A buscar se ha dicho! Ah, y es menester que te desnudes en el mismo lugar donde estás parado. Ordenas tu ropa y la guardas en el closet de visitas. Luego, vas al baño de huéspedes y te das un duchazo. Una vez que termines, iniciarás la búsqueda de quien te estará aguardando conteniendo sus ansias.


Yo bien sabía que en aquello de que: “…estamos en igualdad de circunstancias…”, no había nada de cierto; pues a saber, un ciego tiene quintuplicados los sentidos que le restan; incluyendo el sexto, el séptimo y el etcétera.


El silencio era total, pues ni los pasos podían oírse dada la gruesa alfombra. Comencé a caminar trastabillando y no fueron pocos los tropiezos, golpes en los muebles y encontronazos en mi afanosa búsqueda a tientas; entretanto, el silencio absoluto reinaba. Después de vanos intentos tras una exhaustiva exploración, algo desalentado y no menos molesto, inicié ―no con mucho aliento― un último recorrido a gatas; pensaba que solo con tesón y paciencia se gana el cielo. De esa manera, no se me podría escapar rincón alguno.


A la postre, y en el supuesto de que me hallaba en la mismísima puerta de la entrada, pude palpar los pies fríos y diminutos de un cuerpo semidesnudo. Lilí, arrellanada y abrazando sus rodillas, al sentirse descubierta, le sobrevino una alegre algazara.


Mediando unos segundos, nos pusimos de pie. Quise estrecharla, pero ella me lo impidió diciendo:


―Ven cariño, te has ganado tu premio. No me sueltes, déjame que te guíe hacia la recámara. Esta ayudita no la tendrías de encontrarte tú solo… ¿me entiendes?


De lo que me es permitido detallar fue que por fin pude percibir a plenitud su aroma de mujer (sin perfume alguno, aclaro), escuchar su jadeante respiración, gustar de sus labios, su saliva y toda ella; al acariciarla y tomarla, no obstante su rendida y extraña pasividad, mis sentidos se acrecentaron de tal modo, que creí que cada vez que la palpaba la percibía al mil; y todo sin dejar a un lado lo mental, medio por el que pude imaginármela de cabo a rabo; tiento a tiento. ¡Ah!, cuán dulce experiencia durante toda esa noche hasta que nos sorprendió la mañana. Al abrir los ojos, pude ver a Lilí muy embatada corriendo las cortinas:


―¡Arriba flojito! A bañarse, vestirse y a correr en busca de un merecido desayuno, que la enseñanza ha terminado. ¿Aprendió algo el alumno? ¿Fue de su completo agrado la experiencia como invidente? ―una cristalina risita complementó sus preguntas.


Al escuchar la palabra “alumno” salté de la cama, pero ya demasiado muy tarde.


Durante el desayuno, Lilí se descosió narrándome acerca de sus últimos logros dentro de su profesión: los temas y fechas de los congresos en puerta, las conferencias que habría de impartir como colaboradora en la universidad, y otras más a las que tendría que asistir para ampliar sus conocimientos; unas próximas vacaciones en el extranjero ―quizás Europa, según la proveyera su padre para el viaje―, y en fin, una agenda totalmente llena de compromisos. ¡Pero sin incluirme!


Cuando terminó su monólogo, encendí un cigarrillo (que harto le molestaba), y casi involuntariamente le dije después de que me preguntara por mi parecer:


―Lo que claramente me parece, Lilí, es que yo no ocupo ningún lugar dentro de tus planes de trabajo y esparcimiento. Eso es lo que me parece.


―Mira Miguel, cariñito mío. Porque te lo mereces, y no tan solo por el hecho de cómo has sido conmigo; antes que nada, debo ser muy sincera y honesta con vos. Estos días a tu lado han sido para mí maravillosos; todas tus atenciones, mimos, cortesías tan de caballero. Y para colmo de los colmos, por haberme regalado la mejor de las noches hasta ahora.


―¿Hasta ahora? No te entiendo…


―Te explico: la meritita verdad, Miguel, es que tú no has sido el primero, ni serás el último en mi vida. Y no es que yo sea la cieguita de la torre de Nestlé, pero pudiera serlo ―una risilla entre cínica y alegre se le escapó dentro del recinto en el que nos encontrábamos.


Yo estupefacto, no podía dar crédito a lo que me estaba diciendo. Y no es que me hubiera forjado muchas ilusiones respecto a Lilí, pues tampoco ella estaba muy contemplada dentro de mis futuros planes, en los que mi carrera era tan fundamental; aún si mediara adquirir un compromiso o intentara entablar una relación sólida.


―¿Entonces…?


―Entonces… que mientras uno no se harte del otro y cada quien se ajuste… ya me entiendes, ¿verdad? De ese modo podríamos seguir la fiesta en paz, gozar y aprovecharse uno del otro en los pocos o muchos momentos en que se nos esté permitido vernos juntos.


“Pero cuánta desenvoltura, me dije”.






¿Con tal propuesta y confesión podría considerarme liberado? Ni siquiera me lo planteé durante las semanas siguientes en que Lilí se ausentó de mi vida, a no ser por una que otra fría postal desde lugares lejanos. Y entre postal y postal, apariciones repentinas en las que se dejaba ver ―dijera yo―, ya que los encuentros estaban condicionados a pasarla en la penumbra de su departamento, eludiendo los paseos al aire libre.


Comencé a notar en ella cierta lasitud y abandono, al tiempo que me suplicaba que la dejara descansar. Recuerdo que en no pocas ocasiones la vi dar traspiés y manifiestos movimientos torpes al comer o en su arreglo personal, que yo primeramente atribuí a un simple nerviosismo, y que más adelante se tornaron habituales y notorios; tanto como sus continuos despertares durante la noche. El piano guardó un permanente silencio a partir de esos entonces.


En una de sus tantas despedidas, ligeramente me dejó saber que estaba siendo atendida de su estrés ―como dio por considerarlo― por especialistas en el extranjero, y que a ello se debían sus frecuentes alejamientos.


Ya para esos tiempos en los que esporádicamente formaba yo parte tanto de su vida como la de Ofelia, su nana, de quien me daba yo bien cuenta de la gran preocupación que por su adorada hija adoptiva la embargaba:


―¡Mientras más la cuido y le procuro sus alimentos, más se adelgaza mi niña! ― me decía lloriqueando la pobre.


Sin embargo y dada la gran alegría que Lilí manifestaba al encontrarnos en cada nueva vez, yo no podía más que dejarme llevar por el arrebato de volver a pasarla a su lado; ya fuera efímera o pesarosamente.


Luego vinieron las evasivas y excusas para no vernos, mismas que se fueron multiplicando con el tiempo, hasta no saber más de ella.


Mientras tanto y con más afán que nunca, me dediqué de lleno a mis estudios, logrando como practicante destacar entre mis compañeros, por lo que me hice digno a la propuesta de mi profesor del internado médico de integrarme a su clínica particular. Al inicio como médico general, que ya después lo haría con mi proyectada especialización: la neurología.


Hubieron de transcurrir un par de años al menos, cuando hallándome en un congreso, tuve la







 fortuna de escuchar una ponencia que mi condiscípula Adela exponía para su aceptación y posterior publicación: “La ELA. Un caso de herencia familiar. “Enfermedad de Lou Gehrig”, un mal incurable”.


¡Cielos!, la luz se asomó flamígera y fulminante en mis ojos más que ciegos al recordar las ya lejanas palabras de mi amiga la ponente:


―Algún día te enterarás, pero tardíamente, Maiqui querido, la razón del alejamiento de Lilí.


Después de mis calurosas felicitaciones por el logro de llegar a ver publicado su artículo, la pregunta no se hizo esperar:


―Adelita, ¿era esa la razón a la que te referías aquella última vez que nos vimos?


―Razón que juré no dejarte saber nunca; aún pareciéndome una injusticia para ambos. Maiqui querido, Lilí recién ha fallecido víctima de esa insufrible enfermedad. ¿Puedes creerlo?


“Estas humanidades que nos deshumanizan” ―pensé y expresé a la vez a Adelita sumamente consternado, antes de abrazarla y despedirme.










Nota: La esclerosis lateral amiotrófica (abreviadamente, ELA) es una enfermedad de tipo neuromuscular. Se origina cuando unas células del sistema nervioso llamadas moto neuronas disminuyen gradualmente su funcionamiento y mueren, provocando una parálisis muscular progresiva de pronóstico mortal: en sus etapas avanzadas los pacientes sufren una parálisis total que se acompaña de una exaltación de los reflejos tendinosos (resultado de la pérdida de los controles musculares inhibitorios).


ELA familiar: se trata de una variante hereditaria con un perfil típicamente autosómico dominante; hay evidencias para un grupo de pacientes que constituyen entre el 5% y el 10% de los casos.































































































6 comentarios:

  1. Alejandro,
    Te quedó tristemente bueno. Gran manejo de los climas a través de diálogos muy creíbles, desacartonados. Felicitaciones
    Rubén

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Estimado Rubén, ello resultó después y como parte de la corrección basada en tus atinadas observaciones.
      Gracias por tus palabras siempre tan generosas,
      Saludos,
      Alejandro

      Borrar
  2. Alejandro
    Perdona la tardanza. !Buenísima tu narración, como siempre!; la curva que finalmente toma la historia, definitivamente es triste, Pero la narración es impecable.
    Abrazos
    Doris

    ResponderBorrar
  3. Gracias, querida Doris.
    Abrazo,
    Alejandro

    ResponderBorrar
  4. Excelente narración Alejandro! Conocí dos casos de esta enfermedad. La historia es triste pero es muy realista.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Cuánto agradezco tu lectura y amable comentario, Osvaldo.
      Abrazo,
      Alejandro

      Borrar