Paul Fernando
Morillo
USA
Cuando a Huguito le impusieron ser aprendiz
de milico, leyó su destino en la luna llena y roja, estuvo seguro que los días
siguientes vendrían con problemas. Siempre hay líos cuando la luna es llena y
color sangre. A Huguito le gustaba el sonido de la marimba, las noches tibias,
el ocio, y el olor del chocolate. Y érase que se era, un día cualquiera, sin
tener cuchara en su propia sopa, de pronto se vio desembarcando de un avión en
una tierra abrasada por unos vientos gélidos en medio del mes de marzo. El sol
estallaba en rayos luminosos pero era incapaz de calentar hueso humano.
Ángeles arrastraba a su hijo hasta la
entrada de la academia, le decía que pare de llorar que no se veía bien a sus
17 años de edad. El padre había decidido que no hay nada mejor para un
muchacho, que la vida placentera de un internado en un colegio extranjero. A
decir verdad, esta situación a Ángeles le importaba menos que más. Este hijo le
llegó tardío en la vida y solo lo parió para complacer al dador de sus
placeres, por ella era mejor que este hijo nunca hubiera llegado a cortarle su
deliciosa vida de fiestas, encajes, perfumes, y viajes. Ella prefería un
ortodoxo y viejo capitalismo del siglo XIX al peligroso socialismo del siglo
XXI que amenazaba quitarle su vida acomodada a cualquier instante. Tenía todo
el tiempo para pensar lo que hace la transposición de la íes entre las equis en
los números romanos cuando se trata de siglos, sociedades y dinero. Esos eran
sus verdaderos problemas. Así que obedeciendo como siempre a lo que su esposo
dictaba y agradecida además de quitarle el peso de este mocoso, llegó hasta la
“Military Academy boarding house”, en el
alejado y frío estado de Illinois, para entregar al pequeño cadete. No más obstáculos
en su vida.
El muchacho se estiró para darle un beso
de despedida, pero Ángeles sintiendo una lánguida llama, más bien una mísera
chispa de amor maternal lo repudió diciendo en voz alta que se porte como un
machito, y fue muy en serio. Los ojos del próximo cadete estaban por ablandar a
la Barbie de la nueva era. La mujer vio de reojo la puerta y sintió ganas de
tomar a su fastidioso hijo y sacarlo de allí pero más bien lo miró con dureza y
le prometió que la próxima visita de ella será cuando Huguito llegue a ser
General de la República, del país del cacao y la marimba. El paisito que tanto
les ha dado y ahora está a cientos de kilómetros al sur de este gélido paraíso.
Dio media vuelta, y la provocativa mujer sintió el aire frío del lago subir por
sus piernas bronceadas y largas. Se acomodó la falda, mientras caminaba hacia
una nueva vida en París. Se contempló
los deditos de los pies perfectos, con sus uñas
coloreadas en ese rojo intenso del deseo. El milico en potencia,
succionaba babas, mocos y lágrimas; apretó un puño, identificó una especie de
bayoneta en un fusil viejo que colgaba fungiendo una decoración honrosa, tomó
la bayoneta, la madre estaba casi al cruzar la puerta, el casi soldadito
recordó la luna roja trayendo esos presagios funestos cada seiscientos años,
distinguió a lejos el sonido de la marimba bruja y embriagadora. Las plantas de
los pies de la madre al raspar con la suela de las sandalias D'ior rociaban el
ambiente con el olor del chocolate. El olor del cacao, que de ahora en adelante
tendrá el nombre oficial de cocoa en esta nueva patria, le llena el vigor al
bobo; la falda de la madre se contonea alegre, revela un apretado y esbelto
derriere.
Huguito siente que su miembro se despereza
entre la bragueta, las piernas de su madre le llaman de una manera tormentosa,
ya casi esta ella en la puerta. Su madre se está yendo, lo está abandonando. Él
siente un líquido caliente chorreando por entre los pantalones, mira y está
seguro que es su preciado cacao líquido por el color rojo cobrizo. El cadete en
joda mira en la palma de su mano su miembro todavía erecto bañado en sangre y
pierde la conciencia. Mientras un sueño espeso cubierto de una luna roja en
esta negra tarde de un día soleado y frío de marzo cubre su cuerpo, una música
de marimba y tambores comienza a tocar por entre las armas guindadas en las
paredes y el ambiente se perfuma del olor tierno del chocolate.
Increíble! Muy buen estilo
ResponderBorrar.. un humor negro que empleas con destreza, lo que, suaviza el impacto e invita a esbozar una sonrisa. Es un chocolate 90 % de cacao.
ResponderBorrar.. un humor negro que empleas con destreza, lo que, suaviza el impacto e invita a esbozar una sonrisa. Es un chocolate 90 % de cacao.
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