Jorge N. Marquez
San Martin de Los Andes, Argentina
La
casona del barrio de Floresta estaba desocupada desde ese fatal accidente que
diezmó a la familia Wals. Solo quedó el hijo menor con vida.
La
casona, como la llamaban los vecinos, encerraba sus misterios. Durante el día
era una hermosa casa de estilo victoriano que llamaba la atención a quién
pasara por frente a su jardín. Por la noche, en cambio los vecinos evitaban
pasar por su vereda. Decían que se escuchaban ruidos y se veían movimientos a
través de sus ventanas.
La
casa se había vendido después del accidente, pero por poco tiempo. Hasta que al
final quedó en el abandono.
Después
de mucho tiempo la casona volvió a la familia Wals cuando, el único
sobreviviente la compró en una subasta sin pensarlo demasiado.
El
misma tarde que firmó la escritura, fue a visitarla. Trató de encender la luz,
pero la humedad había afectado los cables. Fue a su automóvil a buscar una
linterna. Con ella iluminó el living, la chimenea. Cuantas noches de cuentos y
juegos en familia le recordaba esa vieja chimenea.
«Uno
de estos días te enciendo y contamos historias como cuando era niño —pensó como
si fueran íntimos amigos»
—¡Holaaa…!
—gritó, y su eco le contestó en diversos tonos.
«Esto
va a ser más divertido de lo que me imaginé»
«Mañana
vendré preparado para quedarme más tiempo» pensó mientras cerraba la puerta.
Al día
siguiente volvió más temprano con un manojo de velas y una caja de fósforos.
Al
entrar lo volvió a invadir el silencio. Por más cuidado que puso al caminar
sobre el piso de madera, un sonoro crepitar lo acompañó a cada paso.
«Por
suerte mañana viene la mucama a limpiar esta mugre»
Recorrió
el living y la cocina en silencio. Recuerdos de niño llegaron rápidamente. Se
sentó en el piso del living mirando la chimenea
ensimismado.
La
vela se consumía con el paso de las horas.
Un
ruido fugaz e imperceptible lo puso alerta. Escuchó el rechinar de una puerta
en la planta alta. Tomó la vela y caminó hacia a la escalera de madera. Prestó atención;
a los minutos de no oír nada continuó su exploración por la cocina. Puso otra vela sobre la mesada de
mármol.
Miró los
cajones, los bajo mesadas, los rincones donde solo habitaba la tierra y alguna
suciedad de rata.
«¿Qué raro?»
—pensó—, cuando era chico no se podía caminar descalzo por miedo a pisar una
cucaracha. ¿Dónde están ahora?»
Volvió
a escuchar un chirrido en la planta alta. Se le erizaron los vellos. Se quedó inmóvil
en la cocina esperando un nuevo sonido. Nada ocurrió. Volvió al living tratando
de no hacer ruido, la vela estaba consumida.
«¿Cómo
se puede pasar tan rápido el tiempo?»
Subió la
escalera como un cazador y el recuerdo de los juegos de chico, volvió a instalarse en su memoria.
Pisaba
los escalones en los costados, donde eran más firmes para que no hicieran
ruido. El tercer escalón crujió.
«Éste
siempre hizo ruido».
Al
llegar a la primer planta, el pasillo lo sorprendió, no lo recordaba tan
amplio. Dejó un plato con la vela en el centro y se quedó mirando las cinco
puertas cerradas. Abrió la de Dorotea,
la mayor de sus hermanas. La luz de la calle entraba tenue, como bailando a
través de los árboles del jardín. Abrió cada una de las puertas del placard.
Desde la ventana miró al viejo roble que jugaba con la luz de la farola. Se
quedó pensando en su hermana mayor.
Un
nuevo rechinar lo sacó de sus pensamientos. Salió de la habitación, miró el
pasillo, la puerta de sus padres, la del final, estaba apenas abierta. Dio unos
pasos hasta el segundo cuarto. Ese era el que compartía con su hermano Teodoro
dos años mayor que él.
«Si éste
cuarto hablara». Una sonrisa pícara se dibujó en su cara. Dentro de la habitación
se sentó en un rincón y todas las travesuras de chico junto a su hermano
cayeron como lluvia. Las lágrimas afloraron en sus ojos. «¡Que años felices!¿Porqué
tuvieron que morir?»
El
sonido de otra puerta al abrirse cortó el silencio de la noche. Lo tomó de
sorpresa mientras jugaba con sus recuerdos. Se levantó de un salto y alcanzó el
pasillo, se escuchó un estrepitoso golpe. Una puerta se cerró. No pudo
identificar bien cual.
Fue a
la habitación de Jazmín y Carol. Al mirar por la ventana vio el jardín
posterior y la pileta; vacía, gris. Percibió un sutil movimiento en la ventana
de sus padres. Se asomó para mirar mejor. Sintió el rechinar, esta vez no tuvo
dudas. Salió al pasillo y vio que la puerta de sus padres seguía cerrada, igual
que las otros. El golpe sordo lo hizo estremecer, su corazón galopó con fuerza,
un sudor frío le corrió por el cuerpo mientras se tensionaba, bajo corriendo.
En la planta baja todo era tranquilidad. La puerta que daba a la calle estaba
abierta de par en par. La cerró y volvió a subir.
En el baño todo era extremadamente blanco,
relucía a la luz de la luna que entraba por la amplia ventana con vidrios
esmerilados. El botiquín le devolvió su mirada ansiosa, expectante.
«¿Que
estoy haciendo?» —le preguntó a la imagen reflejada en el espejo—. «¿Que
pretendo encontrar?»
Se
sentó en la tabla del sanitario y recordó los años de niño. Cuando se bañaba
con el agua hasta el cuello, mientras jugaba con los soldaditos de plomo y su
lancha con motor fuera de borda.
Un
nuevo ruido retumbó en la noche.
«¡El
estudio de papá!»
Ese
reino infranqueable, al cual no estaba permitido ir. Esperó en silencio.
Necesitaba escucharlo claramente, reafirmar de donde venían.
El
portazo lo volvió a sorprender. No había dudas, vino del estudio. Ahora estaba
seguro.
«¡No
entres sin llamar!» Le pareció escuchar la voz de su madre reprimiéndolo.
Subió las
escaleras de dos en dos. La puerta crujió y se abrió una pestaña. La tenue luz
de la farola del jardín se filtró. El silencio reinante llegaba a ser molesto.
La puerta se abrió unos centímetros más sin hacer el menor ruido.
Se
quedó tieso. Un dolor en su pecho y la falta de aire empezó a inquietarlo.
Una
sombra se movió dentro del estudio.
La
puerta se abrió. No hubo ruido. Un frío intenso inundó la segunda planta. Los
vidrios se congelaron. Las lágrimas brotaron sin darse cuenta. Una figura se
asomó.
Su
propia imagen a la que le faltaba un brazo, lo miraba desde el estudio.
J.N.Márquez.
Junio 2018
Muy bueno, te lleva sin querer a leer de prisa para saber más.
ResponderBorrargenio!! muy bueno
ResponderBorrar