Gil Sanchez
Mexico
Siempre pensé que tendría que cumplir mi sueño. Al jubilarme, iría a comprar un traje a mi medida. Concedido me dije, lo guardé para la ocasión. Pasaron los años y ese día especial, nunca apareció. Bueno, se me escapó la oportunidad cuando falleció un compadre en pleno agosto y en canícula. Opté por irme fresco con camisa negra manga corta. Siguieron pasando los años y escasearon las fiestas especiales, en una edad donde solo vamos a funerales.
Una mañana, sentado en mi mecedora en el porche con mi taza de café, veía a gente pasear en short y otras en short pequeño y sandalias coquetas. Esta imagen regreso hasta el ayer, cuando de niño veías el pan en exhibición que no puedes comprar. Y retener la imagen, para qué, me contesté. Fue cuando me acorde del preciado traje azul oscuro con finas líneas delgadas rojas. Lo busqué entre pantalones y camisas abandonadas de años, fuera de moda; de esas camisas de las cuales me burlaba cuando veía a los ancianos. Lo saqué de la bolsa del porta trajes, después de diecisiete años. Cayeron unas lágrimas entre la felicidad de la compra y la nostalgia de la espera. Era un espacio vacío y demasiado profundo.
Como un jovenzuelo procedí a ducharme, restregué la esponja sobre mi piel, que parecía estar bañando a un shar pei. Limpie muy bien mi dentadura, afeite mi cara, utilice una loción guardada para días selectos, la esparcí por zonas altas y bajas, no por las dudas, sino por la costumbre de sentirme especial. Me vestí con mi traje y unos zapatos mocasín piel de cocodrilo negros, al primer doble del pie se quebró la piel de enfrente. Así que, me puse unos zapatos negros amplios más actuales y cómodos.
La edad al sumar resta estatura. Mi padre decía que le avisara cuando la baja era de sopetón, porque ya merito. Hoy me asuste cuando arrastraba el pantalón del dobladillo y lo pisaba con el talón. Busqué unos clips, de esos que guardan los viejos para algo y, ese algo llegó, ajusté el largo de mi pantalón sin importarme que se vieran. Aprecie el tipo de corbata y era la ideal, una roja brillante con lluvia fina azul. Me vi al espejo joven y elegante.
Por fortuna llegaron mis dos hijos con mis nietos y mi esposa asombrada, mandándole mis nueras e hijos señales de si estaba en mis cabales, ella encogía los hombros con un no dudoso. Disfrute como nunca el día, platique como realmente deseaba que me escucharan, hice reír a todos con mis anécdotas. Por la noche le dije a mi esposa que estaba bien que, solo quería probarme la ilusión que no había concretado. Me lo pondré en otro día especial.
––Pero cariño, los clips se ven mal, hasta uno esta oxidado qué van a decir.
––No lo verá nadie, así déjalo. Es el ideal, y es el que vas a ponerme en mi funeral. Está muy cómodo––la tomo de los hombros y le dio un tierno beso––. Es perfecto para que este James Bond se retire de sus películas.