Paul Fernando Morillo
Lewisville. NC. USA
Al
sacar la cabeza por el cierre de la puerta en la tienda de campaña, el
montañista tuvo la certeza que el reloj marcaba las 2:45 AM, los chorritos
horizontales y verticales ateridos del aire que bañaba la madrugada lo
terminó de despertar, la verdad, no durmió bien, pensando en la cumbre de la
montaña. El guía ya despierto les arengaba para que salgan inmediatamente y
poder avanzar hacia su objetivo, les alentaba a que revisen su equipo una y
otra vez, los principales objetos cuerdas y crampones, de esa forma
emprenderian el ascenso lo más pronto posible.
En
la mente del muchacho “quincuagenario” asomaban flashes de la frustración que
experimentó para vivir un momento como este, las rápidas interacciones
mentales, igual que el viento helado, así como aparecían, se diluían. Mientras
revisaba su equipo se acordaba de esos prolongados momentos en que la fatiga
adormecía las fibras musculosas, la mente jugaba triquiñuelas y él sin
saber por qué, quería abandonarlo todo. En vez de amargarse por ello, muy por
el contrario, daba gracias por aquellas exiguas circunstancias, que por Gracia
del dios de la montaña, asomaban para darle ánimos a seguir, eran un elixir de
agua pura en el desierto del desconcierto.
La
ventana de la noche invitaba a echar una mirada a través de ella, así lo hizo,
las pupilas buscaban la cima, que por causa de lo abúlico de la bruma, dispersa
y casi estática, no se veía. Un magnífico trueno machacó la oscuridad, la
partió en varios halos de luz, sus ondas claras entonaron todas las cuerdas con
la que el alma se ata al cuerpo en lo interior, lo ensordecedor del fenómeno le
causó alegría, entonces oyó una voz que le aseguraba que aquel era un buen día
para intentarlo de nuevo. La luz del trueno desapareció tan rápido como vino y
él sonrió por la sagrada experiencia.
La
cadena de nueve eslabones humanos, de varias edades y estados físico
inició la escalada, emprendieron la ruta a la cima a las 3:06 AM, el montañero
sumo los dígitos en su mente, se acordó de Yesod, comparó con el número de
integrantes del grupo y tuvo la certeza que este sería un buen día. Al cabo de
unas cortas horas la mañana ya se destornillaba en el mismo sentido de las
manecillas del reloj. La niebla bajaba a borbotones por las suaves pendientes de
su mente y de a poco se posaba en su cabeza, en lo externo el día era claro y
luminoso. No pudo más por ahora, se encaramó en una piedra enorme, y se
puso a contemplar la cima del monte, el montañista sentía que era parte del estratovolcán que atraía no solo por su
belleza sino por las historias que representaba; recordó el mito del volcán
Kutu Phaxy, ahora adormecido. De todos los nombres del gigante promontorio, él
se quedaba con el que más le evocaba calma, Cuello De Luna. Estos mágicos
glaciares en las noches despejadas muestran blancura pura bajo el manto de la
bella diosa Killa, y por las mañanas al
golpe del dios Inti, chorrean miles de diamantes en su nieve y hielo
sempiternos. El buscador de los parajes solitarios había pensado en ascender el
volcán y pelear contra los vientos enfurecidos que te recuerdan lo débil de tu
cuerpo y lo fuerte de tu espíritu. Así lo hizo. Hasta ese momento. Hasta allí,
hasta esa roca.
El cansancio debido al
esfuerzo de las pendientes del volcán lo invitó a descansar en esta gran
masa de flujo magmático seco, esta roca que había escapado entre
las comisuras del tiempo era sólida y de color negruzco, el espléndido
molón roca apostado en la ladera exterior del cráter miraba hacia el valle, el
montañista también apostó la mirada hacia el fondo del valle pero alternaba su
mirada hacia la cima, ahí estaba el mundo roto en espacio y tiempo, ahi tambien
se encontraba la voluntad humana en constante lucha de progreso interior. Él
estaba absorbiendo este instante que lo pospuso por cualquier excusa, el día
había llegado trayendo en su agenda una respuesta que al montañista no le
gustaba. Termina su breve descanso.
El pie izquierdo lo levanta con dificultad y
dolor, la respiración es larga y copiosa, las ventiscas que aparecen y
desaparecen se cuelan entre los dientes y el frío acuchilla las encías, la
dentadura. Duele respirar. La bota con los crampones se clava en la nieve
dejando escapar un sonido de harina fría siendo aprisionada. La pierna
derecha busca la juguetona nieve, apoya
el cuerpo y sigue caminando, escalando, sintiendo la carga física en su cuerpo,
el hielo lo invita a tomar asiento. La
Cumbre se ve más cerca pero todavía
distante, el guia de vez en cuando les da un tiempo aproximado para coronar la
cumbre, y esto lo animaba un poco. Se separan unos escaladores por la lentitud
del avance.
Los
impulsos de su corazón son acelerados, retumban en las sienes, lo finito del
aire pone en su cuenta los años del escalador, las ondas de los latidos
se escapan por los lados laterales de cráneo del alpinista y se mezclan con la
corriente del viento frío. Entonces la neblina que estaba en su cabeza abandona
el nido de su cuerpo y se entreveran con una bruma que apareció de la
nada y cubre la pendiente.
En medio de la neblina se abre un hoyo por donde se aprecia la cima muy cerca, logra ver a la más joven integrante del grupo coronando sola la cima del Cuello de Luna, el silencio en la alturas llega con un ruido en su estómago vacío y los latidos en las sienes, se detona otro trueno y la luz que se desprende del estruendo convierte la nieve en una extensa masa negra por el contraste de su luminosidad, el piensa si acaso no era lo mismo que le pasó a Moisés en el Sinaí, pero el esta en la parte alta del Cuello de Luna y solo sonríe. Las fuerzas le abandonan, está de rodillas, mientras unos chorritos de agua salada escapadas de sus ojos caen en la nieve. Como un mantra se repite que es importante prepararse; pero, hay que lidiar con los obstáculos en este presente, y el mágico Cuello de Luna presenta grandes oportunidades. Por cualquier excusa, sean los viejos crampones, la falta de proteína, o cualquier otro subterfugio, él supo que el Volcán había ganado, sentía una derrota a medias, la edad no cuenta afirma en su corazón de viejo caminante, él lo sabe, el Cuello de Luna también, los dos concluyen que todo termina allí, la cima será un reto ahora puesto en calendario para dentro de unos meses.
La tensión mantenida en todo el relato. Sentí el frío y el cansancio. Será porque ya estoy viejo y lo entiendo que me resigné a la derrota del montañista.
ResponderBorrar¡Muy bueno Paul!
Me pasó lo mismo! Pude meterme en la piel y el alma de ese moralista Paul F. Bravo!
ResponderBorrarNo era moralista sino montañista! Este celular me jugó una mala pasada. Mil disculpas!
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