Oswaldo Villalba
Buenos Aires Argentina
Amanece. Los primeros rayos de luz se cuelan por los costados de la cortina de black out. Te das cuenta que deberían haberla colocado más pegada a la ventana para que eso no pase. Nunca lo habías notado porque siempre te despertás más tarde. Hoy es distinto, no pudiste pegar un ojo en toda la noche. Es el día D. Lograste diferirlo un par de veces. Hubieras hecho lo imposible por evitarlo. ¡Mirá que tuviste días jodidos! ¿eh? Creciste en un barrio donde el respeto se ganaba a las piñas. Desde pibe estuviste entre los más duros. Ya joven, aguantando los trapos[1] en plena Isla Maciel, y en la tribuna de San Telmo, te ganaste el apodo. Torito te dicen desde entonces, porque te llevás todo por delante. Nunca corriste[2]: ni ante otras barras ni por la policía. Ni siquiera aflojaste cuando te tocó perder, como el día que aquel cafishio[3] te metió dos balas; o cuando te cortaron la cara en un baile. Sin embargo, hoy, pisando los cincuenta, con una posición un poco más acomodada, íntimamente, reconocés que estás asustado. Nadie podría imaginarlo y tampoco vas a permitir que se den cuenta.
Decidís levantarte para
enfrentar el día. Al fin y al cabo, lo que no podés evitar es mejor que pase
rápido. Antes de darte una ducha, un trago de ginebra para ir entonando.
Después dejás correr el agua tibia por tu cuerpo. Es una sensación
tranquilizadora. Igual no logra sacarte el nudo en el estómago. Frente al
espejo, te afeitás con prolijidad; recortás un poco el espeso bigote, que le da
a tu cara un aspecto fiero. Mientras te peinás ves como el pelo se blanquea cada
vez más ralo. Te abotonás la camisa blanca y pensás: ¡Puta madre! ¡Los años no
vienen solos! Habías pensado ponerte la camisa negra con el saco blanco, pero
te acordás que la última vez que lo usaste te había costado un montón sacarle
las manchas de sangre. Claro que al gil que te gritó “heladero” le debe haber
costado más arreglarse la nariz. Igual, por las dudas, mejor un saco oscuro, no
sea cosa que esta vez se manche con tu propia sangre.
Salís a la calle
dispuesto a tomar un taxi. Por lo que pudiera pasar, decidís no manejar. La
mañana está fresca pero soleada. Faltan treinta minutos para la hora señalada.
Vas a llegar a tiempo. Instintivamente tanteás tu cintura. El revólver lo
dejaste en el cajón. Tampoco llevás el cuchillo en la pierna. Hoy el
enfrentamiento es cara a cara y con las armas del adversario.
A pesar del caos que es
el tránsito en Buenos Aires, llegás en horario. Parado frente a la puerta de la
casa, respirás hondo y tocás el timbre. Atiende él. Te mira a los ojos. Esboza
una sonrisa.
—¡Torito! Pensé que otra vez me ibas
a plantar —te dice.
—Tuve algunos inconvenientes…pero
aquí estoy —respondés aparentando tranquilidad.
—Está bien, pasá. Sentate ahí
—-te-señala un sillón—. Enseguida estoy con vos.
Te estirás a lo largo en el lugar
indicado. Una luz potente te obliga a mover la cabeza hacia un costado. Sobre
la pared, en un cuadro alcanzás a leer:
“Universidad de Buenos Aires,
Facultad de Odontología…”
[1] Aguantar los trapos
[2] Correr, escapar, huir a un enfrentamiento
[3] Cafishio: Proxeneta-