Argentina
Este año no hice podar el jazmín
paraguayo que admiro en cada primavera. Parece que aprovechó para crecer a su
antojo. Hace como quince días que le veo un largo cuello y en el extremo una
cabeza enrulada, asomando como un metro por encima del paredón. Vaya cabeza la
del jazmín, pensé. Vaya imaginación la mía, me dije, hasta que tuve un largo
rato sentada a su sombra y entonces escuché que me decía: “desde aquí puedo ver
todo, ¿querés que te cuente?”. Le seguí la corriente con un “dale”.
¡Válgame Dios, todo lo que cuenta
mi jazmín!: que se las pasa mirando las vías del tren, pero no ha pasado ni
siquiera una zorrita; que el perro que siempre escuchaba ladrar del otro lado
del paredón es enorme y guardián, pero que cuando juega parece un peluche; que
en la placita ha visto niños jugar, adolescentes enamorarse y adultos
discutiendo.
Esta tarde superó mi paciencia.
Me susurró que anoche vio llegar a un jovencito a la casa de la viejita de los
perros y que luego de una larga discusión que no alcanzó a escuchar, él le
propinó una terrible paliza. Hasta me preguntó por qué no me llego hasta su
casa para saber un poco más… ¡Basta!, que sea un jazmín chismoso es lo último
que puedo soportar.
¡Qué bueno Clide! Menos mal que el jazmín paraguayo no hablaba guaraní, sino te quedabas sin cuento. ja, ja.
ResponderBorrarExcelente!
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